Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Trabajos de amor perdidos

PASAN los años y no terminan las sorpresas. Ayer, una sensación inédita: la pena de que ya se acabe el curso escolar. No por mí, no seáis tan bien pensados, que estoy deseando que lleguen la vacaciones, sino por mis hijos. Y no, no os pongáis ahora a pensar mal de mí, no porque dejen de tenerlos tan entretenidos en el cole, sino por la edad. Un curso menos es un año más, y asisto, pasmado, a la aceleración del tiempo con la que ellos se alejan. La guardería, la educación infantil… qué enseguida quedan atrás. Dentro de nada, irán a hacer la selectividad, las reválidas o lo que quiera que las leyes del futuro se inventen, pero irán.

Venían del cole ayer con los trabajos manuales de todo el curso. El dedicado al Amazonas, el de los innuits, uno de Londres, el de los japoneses… Han dado la vuelta al mundo en ochenta manualidades, más o menos. Tras el impacto emocional del curso acabándose, hubo que decidir qué hacer con esos trabajos minuciosos y sentimentales.

En un descuido de los niños, los tiré. Recitando en su honor, eso sí, el soneto "Cántico doloroso a un cubo de la basura" de Rafael Morales, como un responso: "En ti se hizo redonda la ternura,/ se hizo redonda, suave y dolorosa.// Cada cosa que encierras, cada cosa/ tuvo esplendor, acaso hasta hermosura". Espero que nadie me denuncie por crueldad a ningún organismo de protección de la infancia. Si los guardamos en casa, no cabemos.

Como atenuante, tampoco los hicieron los niños. En los trabajos manuales he visto la encarnación más pura de la justicia poética. Los míos me los hacía mi madre, que se esmeraba mucho, y los de mis hijos, nosotros, esmerándonos lo que podemos y con cierto espíritu competitivo y burlón con los otros padres. Mis hijos ya los harán dentro de treinta o cuarenta años. Del trabajo manual no se libra nadie, aunque sea con una generación de retraso.

Se enterarán, pues, más tarde. Por ahora, extendiendo el pegamento, coloreando la cartulina o recortando cualquier cosa, se pensaban que hacían su trabajo a tiempo y bien, y eso es lo importante: la educación moral. Y también cierto entrenamiento en las formas artesanales de producción familiar previas a la Revolución Industrial. Por lo que pueda pasar. Con tanto progre regresivo, quién sabe si el futuro no está en el pasado. Guiños shakesperianos aparte, los trabajos están perdidos, pero lo que de amor hubo en ellos no se pierde ni de broma.

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