Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Jugar en serio

SI usted cree que por fin empieza un merecido descanso de información política, desengáñese. Aunque nada es irremediable y siempre podría refugiarse en la sección de Cultura o en Deportes, que también está que arde. Pero si usted es de leer la prensa de cabo a rabo y de estar al tanto de lo que pasa, agárrese que hasta ahora la política había sido un juego de niños.

Tras las autonómicas, lo que se venía practicado era una variante del juego de la silla. Todos daban vueltas a la silla vacía, mientras sonaba la música y ninguno quería sentarse, como es lógico, con Susana Díaz y su PSOE-A de famosa trayectoria, aunque todos querían sentarse, como es lógico. Nada especialmente complicado, aunque ni así -lógica contra lógica- se logró resolver.

Tras estas elecciones hemos subido dos o tres niveles de dificultad. Es el juego de la silla todavía, pero con varios círculos cruzándose, porque se juegan muchas sillas y las combinaciones ahora se multiplican. Y la música de fondo aún es más rápida y más alta. Si tras las andaluzas sonaba la canción de las municipales, ahora suena, atronador, el in crescendo de las generales.

Las combinaciones son tan complejas que estamos ante la fusión del juego de la silla con el Tetris, con piezas de distintos colores y formas de fantasía que tienen que ir encajando. Es el juego de la silletris. Si usted era el que estaba cansado de política e iba a huir corriendo a los pasatiempos, quizá yo pueda todavía convencerle de que no se vaya, que esto entretiene tanto como un crucigrama y una sopa de letras y un sudoku, todo junto y revuelto.

Eso sí, no quiero pecar de frívolo. Lo que está en juego (en juego, como digo) es muy importante. Por eso a los políticos les tenemos que exigir que jueguen en serio, que es, por cierto, la mejor manera de hacerlo con deportividad y, a la vez, de divertirse. Lo que la nueva política española ha adquirido de lúdica complejidad puede venirnos bien si pierde solemnidad, maximalismo, crispación y choque frontal, pero siempre y cuando no se dejen en los vestuarios el bien de los administrados y la defensa de unos principios. Antes se me hacía raro que el día después de las elecciones quedasen los carteles de propaganda electoral con sonrisas, promesas y lemas congelados. Esta vez, sin embargo, sabiendo que nada terminó, son un oportuno recordatorio a los políticos de cuáles fueron sus compromisos y propósitos.

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