Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Carmelitas

LA noticia de que los carmelitas abandonarán Cádiz el año que viene ha producido una tristeza palpable en la ciudad. Que se ha extendido incluso entre los de pueblo, como yo. No habrá un gaditano que no tenga con la preciosa iglesia del Carmen y el convento adyacente algún vínculo sentimental y estético. En mi caso, es de los gordos, pues allí me casé. En las pechinas de la cúpula, un retrato de San Juan de la Cruz, patrón de los poetas, y otro de Santa Teresa de Jesús, patrona de los prosistas. Entre las innumerables cosas que tengo que agradecer a mi mujer, cuento con que me procurase, gracias a su gaditanismo insobornable, semejantes testigos de boda.

Autobiografía aparte, los datos objetivos están claros. La escasez de vocaciones hace imposible la vida en comunidad, y los monjes han de reagruparse. No hay nada que discutir. Más interés tiene, creo, analizar este abatimiento que ha cundido en la ciudad. Una primera interpretación puede ser la conservadora, que, por razones obvias, goza de todas mis simpatías. Llevaban en Cádiz desde 1737 y el roce, como se dice, hace el cariño. Lo propio de la misericordia es conservar, como escribió Bossuet.

Pero hay más. Notemos esta punzante sensación de pérdida. El corazón tiene razones que la razón no entiende, desde luego, pero también razones que él entiende antes que nadie y que puede explicarle después a la razón. Esta tristeza es una de ellas. Cada orden monástica, como cada movimiento de la Iglesia, custodia un espíritu propio, que es un modo de vida y una visión del mundo. Se trata de una de las grandes riquezas de la fe. Los franciscanos, los benedictinos, los capuchinos, los jesuitas… cada orden nos ofrece su personalidad y su estilo.

Contra lo que cabía esperar, el mundo contemporáneo, con sus amplios márgenes de libertad, ha supuesto un poderoso proceso homogeneizador. Salta a la vista en la ropa, en la forma de hablar, en las ideas generales, en el ocio… Las órdenes, entre otras muchas cosas, abren un muestrario espléndido de diversidad evidente: comparen a un cartujo con un dominico. Aunque sea una pérdida apenas local (pues los carmelitas siguen en San Fernando, y su rama femenina en Cádiz), nos encontramos, de pronto, frente a un panorama humano más limitado. Es un angostamiento que pueden compartir (que, de hecho, compartimos) creyentes y no creyentes, capitalinos y adyacentes, casados en el Carmen o no.

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