Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

MMGG revisitado

PARA el lector desprevenido, parecería que la provincia padece una fiebre de literatura memorialística. Se están publicando muchos libros que miran hacia atrás, como aquel pájaro mitológico de Borges al que interesaba saber de dónde venía y no adónde iba. Así, Las niñas de altillo y El charco dulce, de Begoña García; El extraño equipaje de Elisa Artay, de Pilar Alcina del Cuvillo; Las cosas de Pepa, de Bibiana González-Gordon; Polo en Jerez (1870-2010), de Lorenzo Díez; Las lágrimas del vino (trazos de memoria de Manuel Domecq Zurita), de Carmen Oteo, entre otros. Y vienen más: esperamos con ansia La casa grande, de Guadalupe Grosso y ya está aquí Lo que diga Mimi… de Manuel María González Gordon (1886-1980), que se presenta mañana en la bodega Los Gigantes de González Byass.

Eso, a bulto. Si la cosa se mira más de cerca, se ven dos matices distintos, uno por cada extremo. Por el de la literatura general, no estamos ante una moda local, en absoluto. Tanto en España (Andrés Trapiello, Iñaki Uriarte, Muñoz Molina) como en el resto del mundo (St Aybyn, Karl Ove Knausgård) triunfa la literatura memorialística y autobiográfica. Las razones (cansancio de la ficción, necesidad de autenticidad, etc.) son muchas, superpuestas e interesantes, y exigen otro artículo. Por el otro lado, son muy distintos entre sí esos libros: cada uno, un mundo.

El que nos ocupa mañana es, a ratos, una novela de P. G. Wodehouse rediviva. Manuel María González Gordon fue viajero audaz, joven enamoradizo (32 señoritas rechazaron sus proposiciones de matrimonio, lo que cuenta con gentil frivolidad), deportista, cazador y danzador -pareja de baile de Victoria Eugenia-. Como memorialista, consigue que nos acompañe una sonrisa feliz por cada una de las páginas.

Lo que no quita importancia al libro. Asombra su firme vocación bodeguera, que explica que con el tiempo fuese el escritor del gran libro sobre nuestro vino: Jerez-Xerez-Sherrish. Aprendió alemán para abrir nuevos mercados; estudió ingeniería, calculando que tendría que hacer frente a la mecanización de la bodega y no dio un paso (en una vida donde dio muchísimos) sin tener en la cabeza la compañía. En una tierra que olvida con suicida frecuencia la innovación, el esfuerzo, la elegante discreción y el valor social de los empresarios este libro es un antídoto. Saber de dónde se viene deviene imprescindible para adivinar adónde se debe ir.

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