Su propio afán

enrique / garcía / mÁiquez /

Alipori del poder

MIENTRAS yo escribía aquí, alegre y retozón, de San Calentín y del ajedrez, en el tablero político se sucedían defenestraciones, imposiciones, traiciones y veladas amenazas. En todos los partidos. Todo el rato.

Lo que parece una Babel confusa tiene un denominador común muy elemental del que se puede extraer un diagnóstico sobre la compleja crisis de nuestro tiempo. Lo común es el ejercicio tiránico, absoluto, del poder dentro de cada partido por su líder. Ejercicio que se multiplica porque los jefes locales lo clonan cuanto pueden. El golpe en la mesa de Pedro Sánchez (en la cabeza de Tomás Gómez) ha sido lo más escandaloso, pero lo que más me escandaliza es Rajoy y su manejo de los tiempos en el nombramiento de los candidatos. Piensen en tantas personas hechas y derechas esperando mano sobre mano a que el gran líder condescienda a informar sobre su futuro, y recuerden que sólo él dirá a los organismos colegiados del partido (órganos floreros, por tanto) a quién investir. Pablo Iglesias también ha impuesto en el otrora asambleario Podemos sus dogmas y sus modos. Que le pregunten a Teresa Rodríguez. Y el liderazgo de Rosa Díez, ay de quien lo discuta, y el de Albert Rivera, y el de Mas… En esto, sí que todos son iguales.

Peor sería un vacío de poder, que rellenaría el desorden y las luchas internas, es verdad. Pero este poder descarnado, que da alipori de tan obvio, ocupa otro vacío previo: el de autoridad. La autoridad emana de unos principios firmes y unos ideales compartidos que el jefe sirve como el que más. Brilla ahora por su ausencia; y de ella nacería una unidad interna distinta, que no se tendría que imponer ni con golpes ni con miedos.

Aunque en política es donde más se nota, en todos los órdenes (en el personal, el familiar, el profesional) se produce esta crisis de autoridad, clave de nuestro tiempo. La autoridad y el poder, como decíamos del amor y del sexo, son necesarios ambos y muy bien pueden estar juntos, pero no revueltos, nunca confundidos y jamás que el segundo suplante al primero. Sin embargo, vemos demasiada erótica del poder y poca vocación de servicio. Razón por la que nuestros líderes acaban como figuritas de rey de ajedrez, mandando absolutamente en su rincón del tablero y haciendo de la política un ámbito donde se odian los colores. La auténtica autoridad se ha eclipsado y nos quedan unas 50 sombras de rey. Un sátrapa por cada partido.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios