Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Tosca

CUÁNTO he disfrutado con Tosca en Jerez, en el Teatro Villamarta. Todavía están a tiempo de asistir. Y eso que yo tenía dos moscas detrás de las sendas orejas. La primera: éstas, ¿no son fechas para andar más pendiente del Teatro Falla? El Puerto, mi pueblo, está en el fiel de la balanza entre Cádiz y Jerez; y eso nos permite inclinarnos para acá y para allá a los portuenses, en ameno balanceo. Pero voy con el paso cambiado. Ahora, perdiéndome el concurso de agrupaciones; y en la Feria del Caballo, quién sabe, tal vez tomando caballas en adobo en la capital. Podría agenciarme alguna excusa metafísica y kierkegaardiana, pero la explicación más rápida y afilada (ay, la navaja de Ockham) es que soy un sieso. Y encima, no un sieso tieso, estirado y seguro de sí, sino un sieso ansioso, angustiado: ¡qué coros de Cádiz me estaría perdiendo -suspiraba- mientras oía el coro ­-oh, exultante- de Jerez!

La segunda es la mosca nazi. Han caracterizado como nacionalsocialistas a los malos de Tosca, que en el original son los monárquicos, rivales de las ideas revolucionarias de Napoleón. Más allá de la manía de retocarlo todo por sistema, está la falsedad histórica. Puestos a emparentar a alguien con los nazis, más abuelo suyo es Napoleón. Pero más allá aún de la falsedad histórica, la torpeza de fondo. Este tic progre de marcar con la esvástica a todos los canallas no hace sino desactivar la amenaza de la maldad, que queda estabulada y estanca, aséptica. El nazismo fue un horror, pero lo terrible del mal es su transversalidad, su ubicuidad, su capacidad de camuflaje y de adaptación. Si los malos son siempre los nazis, pues ya podemos estar tranquilos los demás. Y no. Más acá de esta torpeza de fondo, una formal. Esos supuestos nazis tenían nombres italianos, de tan parlantes, casi macarrónicos: Scarpia, Spoletta, Sciarrone… Y a cada rato invocaban a san Ignacio o rezaban un Te Deum. Unos nazis peculiares. No sé cómo ese gran retrato de Hitler que presidía la escena no dio más de un respingo.

Pero estos reparos son apenas un vuelo de moscas. La música, ¡eso sí que era vuelo!, y la intriga, tan cinematográfica, y la sensualidad y el amor lo superaban todo. Encima, me llevé una imagen: en la penumbra el percusionista caminaba entre sus diversos instrumentos con la sinuosidad silenciosa de un gato. Paradoja y símbolo, porque el silencio es -¡psch!- la materia prima de la música.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios