Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Fobiofóbico

EL discurso de lo políticamente correcto es la censura de Occidente. Por fortuna, es una censura light, sin amenazas a la vida o a la integridad física, aunque sí al prestigio, a la carrera profesional y al reconocimiento público. Esto es indiscutible, pero quizá no nos hemos fijado bien en el método, tan curioso. La desconfianza y la manía a la libertad de pensamiento, a la de análisis y a la de opinión suelen lanzar -utilizando cuñas de la misma madera- la acusación de fobia como estrategia para acallar rápidamente al contrario: islamofobia, homofobia, catalanofobia, etc.

Fuera del ámbito de lo político, también abundan las fobias. Y yo hoy no vengo a hablar de política, sino de libertad en general. En literatura, hay quien le tiene manía a los adverbios acabados en "-mente", que son, obviamente, la mayoría. O quien evita los "que", que funcionan de articulaciones del esqueleto de la escritura. En una tertulia poética reciente, alguien se definió como "rimófobo". Le tendría alergia, el pobre, a la completa poesía clásica. Todo, incluso el verso libre, puede usarse bien, de forma expresiva y capaz de enriquecer el texto; y también puede abusarse de todo y acabar machacando machaconamente lo más leve y lo más puro. Hay que ir caso por caso. En la vida social las fobias son las parientes neuróticas de las modas. En mi adolescencia cundió la fobia contra los calcetines blancos, que, en efecto, no son para vestir. Había quien se negaba incluso a ponérselos para hacer deporte, e iba a las clases de gimnasia con ejecutivos azules, tan elegantes.

Yo no estoy libre de pecado y tengo que confesar que soy furiosamente fobiofóbico. No puedo con ninguna de estas interdicciones de carácter absolutista, atajo perezoso para no analizar el porqué de cada cosa. Debería evitarse cualquier reacción a un argumento concreto basada en descalificaciones ad hominem, referencias a ideologías abstractas o prejuicios prefabricados. Cualquier explicación merece la pena, al menos, de ser refutada con otra explicación. Pero con tanta acusación de fóbicos por aquí y por allá no hacemos más que cerrar las bocas y los oídos. Si usted comparte mi fobiofobia, se habrá dado cuenta. Si no, observe. Cuántas discusiones se cortan por lo sano, literalmente, o no se dejan ni siquiera nacer por este bosque espinoso de acusaciones automáticas que nos hemos montado, y que crece (silencioso) cada día.

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