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Historias del diario

Jaime Rocha

De Cádiz a Checoslovaquia

Seguramente muchos gaditanos de mi generación podrán contar historias parecidas a la mía en relación con el Diario de Cádiz, pero hay un hecho singular que solo yo he vivido. Es una de esas historias que se están publicando con motivo de la celebración del los 50.000 números.

Que haya sido suscriptor del Diario mientras residía en Madrid, es solo una seña de identidad de una familia de buenos gaditanos, e incluso que a nuestro regreso a Cádiz, tras más de 20 años de ausencia, continuemos recibiéndolo puntualmente todas las mañanas y nos intercambiemos, mi mujer y yo, las páginas de deportes y el resto del Diario, antes de empezar los quehaceres diarios, es algo habitual en muchas familias.

Tampoco es nada original – afortunadamente el Diario cuenta con muchos y mejores colaboradores– llevar como colaborador habitual en entrevistas, artículos, notas de prensa, algunas informaciones exclusivas, y columnas de opinión, de forma ininterrumpida, desde enero de 2009, es decir, a punto de cumplir seis años.

Donde radica la originalidad de mi relación con el Diario es en una circunstancia que paso a describir. Estaba destinado en nuestra Embajada en Praga, todavía capital de Checoslovaquia, allá por los finales de los ochenta y primeros noventa, años convulsos en el Este de Europa, con la caída del muro de Berlín como detonante de los cambios políticos y sociales que se produjeron. Entre otras funciones en la Embajada tenía la de representante del Instituto Cervantes en Checoslovaquia y dentro de nuestras actividades estaba la organización y ejecución de los exámenes de español como lengua extranjera y la enseñanza de nuestro idioma en colegios e institutos.

La escasez de medios era grande, a pesar del esfuerzo del Ministerio de Educación español que enviaba textos, profesorado y ayudas a la enseñanza. Todo era poco porque la demanda en aquellos años era muy grande y los alumnos me pedían cassettes con canciones de Luz Casal, por su excelente pronunciación, y todo tipo de material que pudiera proporcionarles y entre los que nunca faltaban los números que periódicamente me llegaban de nuestro Diario de Cádiz. En Praga, Nitra, Olomouk y Bratislava, en aquellos años, los alumnos aprendían español con el Diario. 

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