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Tribuna de opinión

Marta Meléndez

En honor a la verdad

Gravemente lesionados en nuestro honor y dignidad. Así nos sentimos mi padre y yo tras las palabras escritas el pasado 17 de marzo en este medio en el artículo Funcionaria Meléndez. Acusaciones veladas acompañadas de graves insinuaciones que rozaban lo calumnioso. Por ello, me siento en la obligación y en el derecho de defender nuestro honor y nuestra imagen. Aunque ya lo haya hecho a través de mi blog Ágora Gaditana, estoy convencida de que no habrá llegado a las miles de personas que, muchas de ellas con estupor, leyeron el artículo referido.

 

La de mi padre ha sido una vida profesional intachable. Una vida dedicada al servicio público de la administración educativa, en la que creció profesionalmente, pero a la que llegó siendo maestro y mediante unas oposiciones de administrativo del Ministerio de Trabajo y las de la Función Pública Docente. Muchas horas de dedicación, de esfuerzo en aquellos años -los ochenta- en los que el proyecto educativo de la Junta de Andalucía era la igualdad de oportunidades para los andaluces y andaluzas. Siempre fue funcionario de la escala administrativa. Nada de puestos de libre designación o asesor, como quieren llamarlo y por encima suya todos jefes puestos a dedo. Mi padre durante su larga vida profesional, ni más ni menos que cuarenta y dos años cotizados, no fue un hombre de poder, fue un hombre al servicio de la administración. Fue un profesional empeñado en la ardua tarea de hacer que la administración funcionara, todo bajo las órdenes de que quienes mandaban. Jamás mi padre durante su vida profesional estuvo afiliado al partido socialista, aunque fuera socialista por ideología y de convicción. Grave acusación, injuriosa afirmación se efectuó en el artículo al decir que 'manda y mandaba mucho', lo que diría muy poco de la organización administrativa de la Delegación de Educación y de los jefes que tuvo en esos años, y que 'hacia favores' lo que apuntaría directamente a la prevaricación sin estar sostenida la acusación en prueba alguna. Los únicos favores que hizo fueron los de las muchas horas, las numerosas tardes que pasó entre las paredes de la Delegación para que cada uno de los cursos escolares empezara con el menor de los problemas en cuanto a la asignación de efectivos.

 

Mi vida profesional, con aciertos y errores, con amigos y enemigos como la de cualquier persona, parte del estudio y de la constancia. Fue lo que nos enseñaron a mis hermanas y a mi nuestros padres. Por eso, una vez licenciada en Derecho, no es cierto que buscara refugio en el negociado en el que trabajaba mi padre. Simplemente opté por una profesión que me apasiona, porque la llevo en la sangre: la docencia -profesión también desdeñada por el articulista a pesar de ser de las esenciales en nuestra sociedad-. Podría haber intentado ser fiscal, abogada, procuradora, pero no, opté por la docencia. Desde 1997 vengo desempeñando esa labor, primero como interina y como profesora de asociada en la Facultad de Derecho de la UCA, y después como funcionaria de carrera cuando aprobé las oposiciones en 2004, la tercera de mi promoción en Andalucía quisiera subrayar. Fueron nueve años cogiendo la tiza, apasionadamente, como a mi me gusta hacer las cosas. Lo digo porque el autor de la información decía en su artículo que 'apenas había ejercido la docencia'. Posteriormente, en 2006, tras solicitar una excedencia, empecé a trabajar en la empresa pública de la Consejería de Educación, ISE Andalucía. Todo ello antes de entrar en política, todo ello antes de oler siquiera lo que podría significar ejercer activamente la política, con sus muchas luces y sus sombras como todos sabemos.

 

Mi primer destino como docente no fue en Almería, otro error del articulista, fue en Puerto Real, una sustitución. La Consejería de Educación abrió las bolsas de trabajo y formulé la solicitud para entrar en ella y me baremaron como a todos, ni mejor ni peor, igual. Todo aquel que haya participado alguna vez en una lista de colocación sabe que es por riguroso orden de puntuación. A partir de ahí un año y otro de servicio prestado. Entrando en clase e implicándome ni más ni menos que el resto de compañeros que he tenido en muchos centros de El Puerto de Santa María, Jerez, de Ubrique o de Cádiz. Y aquí es donde quiero llegar, en el año 2002 me dieron un puesto específico en el IES La Viña en Cádiz. Uno de los ciento veintiséis puestos específicos de la provincia de Cádiz para ese año. Muchos de los que fuimos adjudicados con puestos específicos ese año salimos en la colocación provisional, la que se realiza desde la Dirección General de Recursos Humanos, a mi me asignaron Almería después de asignarme el IES La Viña, pero al igual que a una treintena de interinos más. Pero un sindicato independiente, que por entonces no tenía representación en la mesa sectorial de Educación, utilizó mi nombramiento como rédito electoral. No en vano las elecciones sindicales fueron a finales de febrero de 2003 y de no tener representación en la mesa sectorial, consiguieron cincuenta y ocho  delegados. Esta situación llegó a los tribunales. Dicho sindicato denunció en diciembre de 2002 a mi padre por prevaricación y tráfico de influencias. Denuncia que fue archivada a finales de febrero de 2003 y confirmado su archivo por la Audiencia Provincial a primeros de julio de 2003. De todo esto, se hizo eco el propio Diario de Cádiz en los meses comprendidos entre diciembre de 2002 y marzo de 2003. Hubiera sido un detalle del cronista buscar en las hemerotecas esta información, que va en sentido contrario al de un hombre que manda mucho y coloca a quien le apetece en los mejores puestos. Un detalle de lo más profesional.

 

Así que funcionaria de carrera, por méritos y esfuerzo propios, nada de méritos políticos o familiares. Jamás he trabajado en un puesto de confianza, jamás he tenido un trato de favor, porque siempre he tenido muy claro que la vida es esfuerzo y sacrificio. Me preparé, me formé para buscar el mejor futuro posible para mi familia. Y una vez satisfecha la mochila profesional, entré en el ejercicio activo de la política. Así que no dependo de ella para mi subsistencia ni la de los míos. Sé que a algunos esto les escuece, pero también deben saber que la ciudadanía quiere profesionalidad, no políticos profesionales.

 

Seamos generosos. Una información errónea pase, le doy el beneficio de la duda entre error y difamación. Dos informaciones erróneas, huele. Tres, algo más que suspicacia. Cuatro ya son demasiadas. Cinco, hacen insostenible la veracidad del texto y del autor. Al mismo autor del artículo solo quiero decirle públicamente aquello que le dije en privado. Lo han utilizado. Le transmitieron una información maliciosa, falsa, tergiversada, manipulada y trabajada en el limbo de las medias verdades, o mejor dicho, de las mentiras fabricadas. Y él prestó su pluma. Sólo debía haber contrastado aquello que le contaron o bien por la fuente principal, bien a través de otras personas que conocen mi trayectoria profesional y la de mi padre. Pero no lo hizo. Ahora podrá desdecirse de lo que afirmó, de lo que insinuó, pero siempre tendrá en su conciencia el daño que nos ha hecho, sólo por no seguir las reglas básicas del buen periodismo. Que para algo están, para evitar injusticias a costa de la imagen y el honor de las personas.

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