La tribuna

jaime Martínez Montero

Se pierden los ciclos

DICEN que es en los pequeños detalles donde se esconde el diablo. Es muy posible. En el proyecto de nueva ley de educación (llamada Lomce) hay un aspecto que juzgo de gran importancia y que ha pasado bastante desapercibido en los abundantísimos comentarios que ha suscitado su contenido. Me refiero a la sustitución de los ciclos de la Educación Primaria por cursos. Según el proyecto de la nueva ley, las unidades de programación, temporalización, evaluación y distribución del currículum van a ser los cursos (periodos anuales) frente a los actuales ciclos (periodos bianuales). ¿Es éste un detalle sin importancia o está detrás de él agazapado el diablo?

¿Y qué más da este aspecto? Pues da, y mucho. Más de lo que nos imaginamos. Cuando les explicaba esta cuestión a mis alumnos les ponía dos ejemplos. Si ellos tuvieran que limpiar el aula, ¿qué preferirían?, ¿que les dieran una hora para hacerlo todo o les dieran media hora para limpiar los suelos y otra media para limpiar las cristaleras? O si debían hacer un viaje en coche desde Cádiz a Barcelona en dos días, ¿sería mejor que les exigieran que el primer día llegaran a la mitad del camino o que no les impusieran nada, salvo estar en Barcelona al final del segundo día? Las respuestas son claras. El sentido del ciclo es establecer períodos de tiempo superiores al año con el fin de amortiguar las diferencias madurativas que se dan entre los alumnos en función de la fecha de su nacimiento, brindar oportunidades de recuperación para aquellos otros que, por diversas circunstancias, no hayan tenido un rendimiento normal en el primer año, y ofrecer un marco temporal suficiente para aprendizajes iniciales lectoescritores y matemáticos que no se concluyen en un solo año y que es muy convenientes que estén guiados por el mismo docente a lo largo de todo su proceso de aprendizaje.

En los informes que emite la Agencia de Evaluación Andaluza sobre los resultados que alcanzan los alumnos en las pruebas de diagnóstico aparece un dato que se repite cada curso académico: los rendimientos de los escolares difieren en función del trimestre del año en el que han nacido, siendo superiores los del primero a los del segundo trimestre, y los de este último respecto al tercero. Estas diferencias son más leves en 4º que en 2º de Primaria, y no aparecen en las pruebas de 2º de ESO. Es decir, que a edades tempranas el momento de la evaluación final certificatoria importa, y mucho.

No es lo mismo el mes de junio para el que ha nacido en enero que para el que ha nacido en diciembre. No es lo mismo que esa evaluación se haga al final del primer año o del segundo año. Y no por falta de esfuerzo o de trabajo, sino por algo que en absoluto depende de la voluntad del niño, de su familia o de la maestra. Es el despliegue de la madurez biológica. Si adelantamos la evaluación certificatoria al primer año, obtendremos un porcentaje superior de suspensos al que se va a conseguir si la evaluación se lleva a cabo al final del segundo año. Insisto: con los mismos rendimientos.

Tampoco entiendo la sensibilidad del partido en el poder respecto a las diferencias madurativas entre sexos, que le lleva a considerar normal y financiable la educación separada de niños y niñas, y tan insensible a los efectos de la maduración general de los seres humanos, que afecta por igual a las personas en crecimiento sean masculinas o femeninas, cuando se trata de establecer la duración del período de aprendizaje y la fecha concreta de rendición de cuentas. La verdad es que además de acompasar la duración a lo que tarda la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol, no veo ninguna ventaja con el cambio.

El proyecto de ley establece que el alumno sólo podrá repetir un curso en Primaria. ¿A qué viene entonces el que se dupliquen los momentos de emitir calificaciones y de tomar la decisión de repetir? ¿Qué se gana? Pero es que, además, se complica mucho todo el aparato administrativo: se duplican las actas y todo el papeleo que comportan las evaluaciones certificatorias (informes, memorias, anotaciones en expedientes, etc). También se obstaculiza la recomendable continuidad del maestro al frente de los grupos de niños, al menos mientras ciertos aspectos del aprendizaje no terminan su ciclo. Se rompen además unas rutinas y unos conceptos que ya estaban asentadas firmemente en la sociedad. Finalmente, la medida de conservar los ciclos, en lugar de los cursos, no supone ningún gasto. Más bien al contrario.

Por todo lo anterior, espero que en el trámite parlamentario se vuelva a la estructura por ciclos. Cambiar algo que beneficia a todos por otra cosa que los perjudica, y a cambio de nada, es propio de tontos o de personas con mala fe. De tontos porque no se enteran de qué va el asunto. Y de personas con mala fe porque lo que les gusta es fastidiar. Me cuesta trabajo pensar que puedan ser así nuestros políticos.

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