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de poco un todo

Enrique / García-Máiquez

La cesta

Cuando escribí que los estudiantes exclaman "¡He aprobado!" o maldicen "Me han suspendido", no estaba viendo, llevado por la evocación de mis viejos tiempos, el tertium genus que tenía delante de mis narices. Los alumnos ahora también ruegan: "Apruébame, anda, apruébame, por favor, qué te cuesta", que es algo que a nosotros no se nos hubiese pasado jamás por la cabeza. Vienen perfectamente entrenados de sus casas a pedir las cosas una y otra vez hasta que los padres, extenuados, rendidos, boqueando, dan de mano. Algunos de mis alumnos, muy pendientes, no han dejado que se me olvidara esa novedosa tercera vía y han aprovechado los últimos días de curso para soltarme su rollo de peticiones por los largos pasillos. Una alumna vino acompañada por una amiga.

Tras la intensa sesión rogatoria, aclara: "Y a ésta la he traído porque no se cree que seas de una cesta". ¿Cesta?, y qué les contaría yo de una cesta y cuándo o qué pasó en Navidad. Al confesar mi extrañeza, intervino la amiga: "¡Ya te decía yo que no podía ser de ninguna sexta!" "¿La Sexta? No, no -replico entonces, orgulloso-, yo donde escribo es en el Grupo Joly..." Pero ellas dale que te pego con la cesta y la sexta. Hasta que caigo. Quizá me ayudó que todo ocurría en la víspera del 26 de junio, día en que la Iglesia celebra la festividad de san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, del que soy miembro, gracias a Dios. En el Opus Dei hay mucha libertad para todo y hay quienes prefieren llevar su vocación con discreción y los que, creyentes y practicantes de la literatura autobiográfica, lo soltamos a los cuatro vientos enseguida. Y así, rueda que te rueda, había llegado, por lo visto, a los oídos de mis alumnos más inexpugnables. Con algunas distorsiones. No hice apostolado, sino un poco de apología personal y en legítima defensa, y les expliqué que el Opus Dei no es una secta. Es una institución católica, donde no se cree ni se hace nada que la Iglesia no sostenga o recomiende y cuyo espíritu propio estriba en una atención especial de los laicos al trabajo cotidiano, a la gozosa vivencia de la filiación divina y a la vida ordinaria como lugar de encuentro con Cristo. Todo con una libertad de pensamiento y de criterio profesional absoluta, dentro de los amplios márgenes de la moral y la teología cristianas. Hablando de libertad, salirse es tirado: mi compromiso con el Opus Dei se renueva año a año. Mi alumna cortó mis explicaciones y, muy satisfecha, le espetó a la otra: "¿Ves? ¡Si ya te lo decía yo!" Ésta miraba estupefacta, no sé si por la sexta o porque veía que su amiga (aún por aprobar) no era muy diplomática que digamos. Lo difícil de verdad es salirse -pensé- cuando te meten en una cesta. Y si no me puse a rogarles: "Sacadme, anda, sacadme, qué os cuesta", fue porque hay que predicar con el ejemplo; y porque, además, como digo, yo no quiero salirme.

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