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José Luis Alonso De Santos

Los escritores y las palabras

IGUAL que los alquimistas dedicaron su vida a perseguir, sin éxito por cierto, la transmutación de los metales en oro, y la panacea universal que curara todas las enfermedades, los escritores dedicamos nuestra vida a buscar las palabras adecuadas para expresar los sentimientos y emociones humanas, las dimensiones profundas y escondidas de las almas, también sin, realmente, conseguirlo del todo nunca.

¿Y cuáles son las palabras adecuadas para un escritor? Tal vez, volviendo a la metáfora de los alquimistas, las que conviertan los pensamientos en el oro de la autenticidad, y la comunicación humana en la panacea del humanismo y la belleza. Cuando lo extraordinario llama a nuestra puerta, necesitaríamos poder responder con palabras extraordinarias, con palabras mágicas que encierren los secretos poderes de la vida.

Los escritores nos pasamos la vida intentando apresar esas palabras en nuestras redes, como cazadores de mariposas en una intrincada selva. No las palabras fáciles que nada comunican, claro está, ni las falsificadas, traicionadas y deterioradas por su mal uso, sino las palabras con alma, esas que, como diría el poeta Neruda, son: Palabras que cantan, que brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío…, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas…

Queremos agarrarlas al vuelo y atraparlas. Que tengan poderes que nos permitan comunicarnos con nuestro mundo fuera de la trivialidad y el tópico, Que sean realidad auténtica y palpitante.

Por eso los que amamos las letras, las palabras, repetimos cada día en nuestros sueños esa famosa frase de Campoamor, llena de resonancias: ¡Quién supiera escribir! Sí, quien supiera escribir… de verdad, palabras vivas, encarnadas de dimensión humana que descifraran el misterio, para poder comunicar esencias del existir: el intento de expresar lo inexpresable.

¡Cuántos escritores hemos hablado de ese misterio en nuestra obra! Recuerdo ahora esa frase de ¡Cuánto misterio! que preside tantas obras de Galdós.

Las palabras son esa puerta del misterio, a la vez que instrumento cultural básico como grifos que son del pensamiento. En ellas se ordena, canaliza y toma forma y sentido nuestro pensar, y se hace posible así que otras personas reciban nuestros mensajes. Las palabras, que al salir de nosotros e ir hacia el otro, son puente hacia el mundo. Por eso tenemos que ser los guardianes de las palabras. El que es dueño de las palabras es dueño de la realidad. El que las manipula o corrompe, está destruyendo la más grande tarea humana. La hermosa meta que nos marcaba Juan Ramón Jiménez cuando decía: ¡Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas!

En esa tarea estamos cada día los escritores.

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