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Juan Gómez Fernández

Señas de identidad

DESDE que el hombre es hombre y habita sobre esta tierra siempre ha buscado unas señas que lo diferenciara de otros grupos tribales, de otros pueblos, de otras gentes.

Unas veces porque veía en ellos a unos enemigos potenciales y otras porque necesitaba buscar la cohesión del propio grupo. Estas señas no son más que la identidad que lo diferencia de otros grupos y al mismo tiempo lo identifica con los componentes del propio clan al que pertenece. Así pues, por una parte buscar la diferencia, pero por otra buscar también la coincidencia.

Esta tarea de diferenciación-identificación era la máxima aspiración de los líderes que controlaban la comunidad porque de esta manera lograban más fácilmente aunar los esfuerzos colectivos ya que había un objetivo común para todos. Esfuerzos más necesarios en las épocas de dificultades que en la paz y la prosperidad.

Nuestra ciudad como colectividad lleva años, mi pasado me impide indicar cuántos pero puede usted querido lector poner el número que crea conveniente, desde aquel famoso 'Ciudad de Historia y Turismo', buscando mediante frases más o menos acertadas unas señas que la diferencie pero que al mismo tiempo la identifique. Examinando en unas palabras el distintivo de identidad, como si ésta hubiera que inventarla o recrearla.

Hace años que vengo escuchando que el portuense quiere poco a su tierra, que la critica en demasía, que la compara demasiado con las ciudades de su entorno, que es demasiado "pasota" con las cosas de su pueblo, etc.

Podría decirse que existe en nuestra gente un sentimiento de autodestrucción y de perversa indolencia que nos lleva a no valorar lo que nos rodea y a criticar cuanto de bueno se hace o se tiene a nuestro alrededor.

Tal vez la causa de esta posición vital se encuentre en la falta de unas señas de identidad que le hagan sentirse orgulloso de ser quien es y al mismo tiempo trabajar en una misma dirección aunando esfuerzos y no destruyendo cuanto sale al paso.

El escritor Marcel Proust a la edad de veintiséis años, tras la muerte de sus padres y después de una larga enfermedad, empieza a escribir su excelente obra En busca del tiempo perdido; es de esperar que nuestra ciudad no tenga que llegar a estos extremos para encontrar su 'tiempo perdido': sus señas de identidad. Una tarea que no es responsabilidad de unos pocos, sino un empeño que la colectividad debe tomar como si en ello le fuese la vida. Y es verdad que nos jugamos mucho en el propósito, ni más ni menos que descubrir quienes somos y quienes queremos ser.

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