Moda rápida: por qué Shein corre más
el pastillero
La marca china se ha convertido en el referente de este tipo de producción mientras que firmas habituales, como Zara o Mango, intentan arrancarse esa etiqueta
Moda sostenible: La era de los devoradores de ropa

Sin duda, yo no soy como los demás. Ocho mil millones de habitantes pero yo soy único como las manchas de un guepardo. Impresionante, diferente, imborrable en este mundo flotante. Sé donde hay que estar, no me quedo atrás.
Los 6.000 nuevos modelos al día que le atribuyen a Shein, las montañas indestructibles de ropa en el desierto de Atacama, todo eso eclosiona desde el afán por ser especial.
La moda –esa cosa que parecía intrascendente– se ha convertido en una amalgama fagocitadora: una cualidad, la de la fagocitación, que parece inevitable ya en todo lo que tocamos. Sólo a nivel medioambiental, el sector textil es la tercera fuente de degradación de agua y uso del suelo.
A día de hoy, una cadena de suministro típica en el mundo de la moda puede implicar, fácilmente, la intervención de nueve o diez empresas en más de cinco países. Recuerda al viaje de las especias que relataba Stefan Zweig en Magallanes, donde apuntaba que estas pasaban al menos por doce manos antes de llegar a un mostrador. Zweig señala que los palacios de Venecia se construyeron a base de canela y pimienta, mientras que los recolectores de Sri Lanka no podían siquiera imaginar su valor.
Quien cose en una sweatshop en India o en Marruecos también está sumergida en un régimen de explotación neocolonial. Sin embargo, al contrario de lo que ocurría con las especias, el precio último de la prenda puede ser irrisorio cuando llega a nuestras manos.
El modelo de la moda es, en definitiva, un modelo que se presta fácilmente a la “esclavitud moderna”, debido a sus “largas cadenas de suministro, la falta de regulación internacional y la subcontratación masiva”, explicaba en una nota Iu Tussel, profesor de Estudios de Economía y Empresa de la UOC.
Según datos de Public Eye, recogidos también por la universidad catalana, los trabajadores de las fábricas que proveen a Shein pueden llegar a trabajar hasta 75 horas semanales, en condiciones que vulneran la legislación laboral china. Diferentes informes han puesto sobre la mesa la presencia de menores en estas cadenas de montaje, pese a la dificultad de verificarlo. El gigante chino es el que porta ahora mismo la etiqueta de rey de la fast-fashion, toda vez que firmas occidentales asociadas al fenómeno han hecho intentos en los últimos tiempos por arrancársela. Tanto Zara como Mango han desarrollado líneas que se acercan a la alta gama o al concepto cápsula –no siempre funcionan: Alter Made, de Mango, tuvo que cerrar al año de su lanzamiento–.
SIETE DÍAS FRENTE A TRES SEMANAS
Un giro en las sospechosas habituales que se debe no sólo a la imagen de marca. El ciclo de producción en Zara copa de tres a cuatro semanas: en siete días, Shein es capaz de tenerte lista una prenda, del diseño al empaquetado. Trabaja con entrega directa, usa herramientas digitales para identificar tendencias y se nutre de una densa red de pequeños proveedores –casi todos en Guangzhou, donde está la central–.
Aunque la calidad defectuosa de las prendas sea una de las cuestiones que se señalan con la moda rápida, eso no quiere decir precisamente que estas se deshagan, o que las tiremos porque estén rotas –se calcula que sólo un tercio de la ropa que desechamos termina en la basura porque esté estropeada–. Si tomamos el ejemplo del desierto de Atacama (donde acabaron prendiendo fuego a muchas de esas montañas de ropa, que parecían diseñadas para resistir un ataque nuclear), podemos concluir que el tema de lo textil como residuo tiene poco que ver con su escasa durabilidad.
Mientras, su crecimiento es malthusiano: “Se producen casi el doble de piezas en comparación con el periodo anterior al año 2000, cuando empezó el fenómeno de la moda rápida”, apunta también desde la UOC la profesora Carmen Pacheco, experta en consumo sostenible.
Evidentemente, este ritmo no lo aguanta ni el vestidor de Carrie Bradshaw. Si los europeos consumimos de media 26 kg de ropa al año, once kilos de material van en el mismo periodo al vertedero, ya que tan sólo un 1% de la ropa usada se recicla como ropa nueva. La maraña es de tal dimensiones que, desde este enero, la UE ha desarrollado una normativa –aún por aprobar– que obliga a los Estados miembros a separar los textiles del resto de residuos, y a fabricantes y marcas a pagar tasas para ayudar a su recogida y tratamiento.
Las grandes marcas también se suben al carro de la reutilización, con campañas de recogida y proyectos como Moda Re. El hecho de que la mayoría de las prendas rescatadas en esta iniciativa terminen en países africanos, y que sólo una quinta parte pueda recuperarse tejido a tejido, da una idea de la complejidad del reciclaje.
¿Hay alguna esperanza, por pequeña que sea? De frenar la rueda, poca. De ejemplos de éxito con una dinámica distinta, sí. De hecho, tenemos una muestra gaditana, con una marca que nació en Trebujena nutriéndose de proveedores nacionales y que se ha convertido en un referente de éxito: Mariquita Trasquilá.