Semana Santa Cádiz 2019 | Vera-Cruz

El contraste de una brillante jornada

  • La hermandad de la Vera-Cruz tiñe de luto el cierre del día con un cortejo muy cuidado y un andar muy sobrio que sirve de contrapunto

El Cristo de la Vera-Cruz, tras su salida de San Francisco. / JESÚS MARÍN

La alegría se transforma en luto en un mismo lugar y con muy pocas horas de diferencia. El verde de la Esperanza se cambia por el negro de la Soledad en la iglesia de San Francisco. La tarde avanza y todo cambia en este Lunes Santo. De la bulla se pasa a la sobriedad que marca la cofradía de la Vera-Cruz, una de las clásicas de la nómina de la Semana Santa gaditana y de las que más cuida el cortejo que pone en las calles.

Este contrapunto que sirve de cierre para el Lunes Santo también le da un toque especial. Un cambio de tercio que se nota tanto en el exterior como en el interior de San Francisco. Un respeto que se siente ante un crucificado imponente.

A esto, se une el cuidado de toda la simbología que envuelve al cortejo procesional de esta cofradía, que va desde la procesión de la reliquia del Lignum Crucis, que fue portada por cuatro acólitos en una parihuela, hasta los cirios Marías, que son los más cercanos a la Virgen de la Soledad. En esta ocasión, llevaron imágenes conmemorativas de Santa Beatriz de Silva, Beato Fray Diego José de Cádiz, Nuestra Señora de los Dolores de la cofradía del Nazareno, San Juan Bautista de la Salle, María Milagrosa y el Sagrado Corazón de Jesús.

El Santísimo Cristo de la Vera-Cruz da sus primeros pasos por la carrera oficial en la calle Nueva. El Santísimo Cristo de la Vera-Cruz da sus primeros pasos por la carrera oficial en la calle Nueva.

El Santísimo Cristo de la Vera-Cruz da sus primeros pasos por la carrera oficial en la calle Nueva. / Jesús Marín

Una de las imágenes novedosas de este año se dio con el cambio al frente del paso del Cristo de la Vera-Cruz, una de las joyas de la Semana Mayor gaditana realizada por el tallista Antonio Martín. Carlos Garrido relevaba a Benito Jódar, que ha llevado el martillo durante dos décadas. Una responsabilidad que hizo más especial si cabe esta estación de penitencia.

Poco antes de las 19.30 horas, el crucificado alcanzaba la puerta de San Francisco. Con la imagen casi tumbada, la cuadrilla supo realizar con soltura esta complicada maniobra. “Que suenen las patas”, ordenaba uno de los ayudantes. Y las patas tuvieron que sonar al tener casi que arrastrarlas para poder superar el dintel.

Una de las curiosidades de la salida la protagonizó la recuperación de la interpretación de una marcha a la salida del primer paso. Lo hizo la Banda Municipal de Chiclana Maestro Enrique Montero con ‘Paño de Pureza’, de José Manuel García Pulido, una vez que el paso dio fondo y mientras que se colocaba la imagen en su posición natural.

Nuestra Señora de la Soledad, en un momento de la salida. Nuestra Señora de la Soledad, en un momento de la salida.

Nuestra Señora de la Soledad, en un momento de la salida. / Jesús Marín

Solo fue un pequeño halo de luz ante tanta sobriedad. La penitencia va por dentro y la música se transformó en rezos de los cargadores por las personas que ya no están y por sus familias.

Los contrastes, además de en la jornada, también se ven dentro de un mismo cortejo, ya que en él se puede pasar de los penitentes con cruces que iban en las secciones del Cristo a los pequeños paveros que abrían las de la Virgen repartiendo estampitas. Una cantera que también es necesaria para las hermandades de negro.

La salida del palio de la Soledad fue muy diferente. Sus grandes dimensiones hicieron que los cargadores tuvieran que trabajar con precisión para sacarlo a ruedas de San Francisco, con Antonio Ramírez a los mandos.

En la calle, el contrapunto lo puso un repertorio clásico y un mecido elegante. Los sones de la marcha ‘Soledad’, del recordado Maestro Escobar, sirvieron de compañía para avanzar lentamente en búsqueda de la carrera oficial. Con la caída de la noche, el negro se apoderó del Lunes Santo gaditano.

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