Bien pudiera tratarse de una fotografía en blanco y negro de unos cultos de la cofradía en pleno siglo XIX. Foto de familia, rostros serios, cuerpos rectos y mirando a cámara para enmarcar el momento para la posterioridad. Pero al mismo tiempo, esta fotografía captada por Chico Marrero al término del rosario de la aurora de Soledad de Vera–Cruz el último domingo de mayo es toda una alabanza a la infantería cofrade (como la llama Manolo Picón, que sabe de esto como nadie), un auténtico pregón de la juventud cofrade. El bostezo del cirial del extremo derecho del grupo es todo un canto a la labor de los jóvenes en el mundo de las hermandades. A esos pequeños que el último domingo de mayo mezclaban sueño y emociones cuando sus despertadores sonaron para ir al encuentro de la Virgen de la Soledad.
El rosario de la aurora de Vera–Cruz es uno de los actos más intimistas y auténticos de los que se celebran durante el año. Sin grandes pasos, sin horquillas, sin calles que recorrer; la Dolorosa recorriendo el claustro franciscano, su claustro. Como si durante unas horas el convento fuera la tercera casa de las concepcionistas en Cádiz, o si se tratara de otro núcleo del Rebaño de María con el que tanto colabora Vera–Cruz desde hace años.
En ese rosario (se puede ver la galería gráfica en la web de la hermandad) todo es natural y auténtico; como la emoción de Paco, que sólo ese día porta a su Dolorosa; o el semblante tenso de Pablo, pendiente a todos los detales; o la familia de Chico, que asiste unida y sonriente a la misa en el claustro al término del rosario; y como ese cirial que pese a la presencia de las cámaras no puede reprimir el bostezo fruto del madrugón dominical.
En este mundo cofradiero actual donde buena parte es impostada, artificial y vacía de contenido, y donde la fuerza muchas veces se pierde en los teclados, en hablar siempre de la carga, el bostezo del acólito de la Vera–Cruz nos regala un soplo de aire fresco. No cabe más naturalidad en ese gesto, más compromiso con esa hermandad y más orgullo por una cofradía y su Dolorosa. Quién sabe qué será ese pequeño dentro de la hermandad a la vuelta de unos años, como hoy lo son aquellos que protagonizaban la foto tiempo atrás. Pero hasta que llegue ese momento, benditos sean esos bostezos de ilusión por estar al lado de su Virgen el último domingo de mayo.
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