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Mujer y Ciencia

El gen Sklodowska

  • La titularidad y la cátedra marcan la gran diferencia en la trayectoria de las mujeres en carreras científicas 

  • Distintas iniciativas tratan de paliar otra de las lacras al hablar de género y ciencia: la visibilidad

Las investigadoras Adela Muñoz Páez (Marie Curie), MariCarmen Romero (Ada Byron), Isabel Fernández Delgado (Hipatia), Clara Grima (Rosalind Franklin)  y María José Jiménez (Hedy Lamarr) protagonizan 'Científicas', la obra de teatro didáctico de Francisco Vega.

Las investigadoras Adela Muñoz Páez (Marie Curie), MariCarmen Romero (Ada Byron), Isabel Fernández Delgado (Hipatia), Clara Grima (Rosalind Franklin) y María José Jiménez (Hedy Lamarr) protagonizan 'Científicas', la obra de teatro didáctico de Francisco Vega. / Alberto Márquez

A Valentina Tereshkova, la primera mujer que viajó al espacio, le faltó poco para convertirse en un icono literal, bidimensional y con gesto de Pantocrátor. Si la aventura espacial sigue siendo un acontecimiento sobrenatural en sí mismo, échenle décadas atrás. Los astronautas eran milagros andantes, volantes. Dentro de este imposible, que una mujer se atreviera a salir de la atmósfera rozaba lo apocalíptico. Como Gagarin, la Tereshkova protagonizó carteles promocionales del régimen soviético, con ese estilo a medio camino entre el expresionismo y el pop. “¡Qué felicidad! Igualdad en el espacio y en la tierra”, reza uno de ellos, en el que puede verse a la astronauta flotando sobre su marido (también hombre del espacio), mientras este cocina unas tortitas.

Qué idílico, ¿eh? Sí, ¿verdad? Digamos que Valentina y Yuli terminaron divorciándose y que la cacareada igualdad era un espejismo inasible, como lo son las estrellas.

Reconozcamos que, si algo ha sido fulgurante, es la presencia de la mujer en las ciencias. Hace unas décadas, era impensable que la figura de un médico no fuera masculina –para algunos lo sigue siendo hoy día: el Colegio de Médicos de Castilla y León alertaba hace poco de la “tendencia a la feminización” de la medicina–. Hoy en día, el ejercicio de la profesión médica se reparte de forma bastante equitativa por géneros. Hace años que la mitad de los licenciados en Química son mujeres, igual que en Matemáticas o en Biología. Sólo el cómputo de las Ingenierías y Arquitectura se muestra como mayoritariamente masculino, con una diferencia de 3 a 1.

El género empieza a pesar conforme se avanza en la carrera académica. Ambos sexos se mueven en igualdad de términos (cuando no, un mayor porcentaje de alumnas matriculadas y egregadas), hasta que llega la contratación. El primer corte viene con la titularidad (60% hombres, 40% mujeres); y el segundo, con la cátedra (atención: 80% hombres, 20% mujeres). Esas son las cifras del techo de cristal de la universidad española. En el CSIC, el total de profesores de investigación (categoría superior) que son mujeres apenas llega al 25%. Según la Agencia Andaluza del Conocimiento, el índice de techo de cristal de la mujeres investigadoras en la comunidad autónoma está en un 1.88 sobre un máximo de dos puntos –y no griten demasiado: la buena noticia es que, hace seis años, estábamos en un 1.96–. A nivel europeo, las mujeres –indica el último informe She Figures– están infrarrepresentadas entre los investigadores (33%), y sus contratos son más precarios. Traducidos a diagrama, en fin, los datos tienen forma de tijera a partir del doctorado y la contratación.

El tornillo del diagrama de tijera suele estar en la maternidad

El tornillo de la tijera –como en tantos caso, pero aquí, definitivo– suele ser la maternidad: “Sí es verdad que ese es el momento en el que surge la duda de si todo el sacrificio merece la pena –comenta la bióloga marina y portavoz de la plataforma Oceánicas, Ana Morillas–. En investigación no hay tantos puestos de trabajo, y la estabilización laboral es difícil. Hay muchas que hemos renunciado, en un sentido u en otro: deja a tus niños pequeños, aunque sea quince días, para una campaña oceanográfica, más los congresos, estancias, cursos... Yo recuerdo que no pude hacer la convocatoria de las oposiciones que me tocaba porque estaba en Palma, embarazada de mi hijo, y no podía volar. Hace poco, una compañera ha estado en el mismo caso y ha podido examinarse por vídeo-conferencia. Todo avanza, pero cuesta mucho...”

"España es un país que está por encima de la media europea en porcentaje femenino de personal investigador (39% frente a apenas el 30%), con un quinto en catedráticas, bastante superior también a la media europea”, comenta la catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla, Adela Muñoz Páez. Entre los datos curiosos, países como Alemania (18%) o Austria (23%) cuentan con porcentajes de menos de un cuarto de mujeres estudiando ingeniería o arquitectura. Muñoz Páez –autora de distintos libros de divulgación e involucrada en la obra teatral Científicas, pasado, presente... y futuro– da una explicación: las mujeres cuervo. “Esa era la consideración social en Alemania de las madres que no se dedicaban a criar a sus hijos al 100%, aplicable a las mujeres científicas. Afortunadamente, en Alemania se han dado cuenta de que se están perdiendo mucho talento y hay leyes de discriminación positiva en muchos ámbitos”. Sin embargo, la catedrática apunta que se está experimentando una “regresión en muchos ámbitos, con cuestiones como la crianza del apego y demás. La presión social es bestial. En mi época, la situación de la mujer era dura y había que mejorarla, y ahora tenemos todas estas exigencias y la precariedad laboral, que afecta a todo el mundo. Que una mujer pretenda tener un hijo, con o sin pareja, es un milagro. Como siempre, cada vez que se complican las cosas, paga el eslabón más débil”.

La investigadora Marta Sendra, en el centro del ICMAN-CSIC en Puerto Real. La investigadora Marta Sendra, en el centro del ICMAN-CSIC en Puerto Real.

La investigadora Marta Sendra, en el centro del ICMAN-CSIC en Puerto Real. / Marcos Piñero

“La maternidad no es algo en lo que piensas cuando te decides a hacer la tesis, con 23 años –cuenta Marta Sendra, licenciada en Ciencias Ambientales por la Universidad de Granada y doctora en Ciencias del Mar–. Pero lo cierto es que, una vez terminas, pasan luego mínimo diez años hasta que consigues cierta estabilidad”. Ella misma es un ejemplo: esta semana termina su paso por el Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía en Cádiz y se va a Vigo, con un contrato Juan de la Cierva, para proseguir un estudio sobre el impacto de los nanoplásticos en el sistema de los mejillones. Su marido está en Burgos. Viva la trashumancia académica. Sendra ha trabajado también en Grecia y en Estados Unidos, pero piensa que el oropel de las estancias en el extranjero es excesivo: “En la última convocatoria de los proyectos Juan de la Cierva, se han dado seis becas en dos años en toda España: el proceso de selección fue muy exigente, pero al final –explica–, el currículum de cualquiera a quien hayan contratado en el extranjero pesará más que el mío”.

“A la hora de plantearte formar una familia, llega un momento en el que tienes que elegir levantar el pie del acelerador o renunciar a la idea –prosigue–. Desde el mismo instante en que sabes que te has quedado embarazada, tienes que dejar el laboratorio. Yo no quiero que me valoren más por ser mujer pero, desde luego, no quiero quedarme atrás por serlo. Medidas como las bajas paternales paritarias son muy necesarias”.

“Luego –continúa Marta Sendra–, está la trampa de que la ciencia es una carrera entregada y vocacional, sin horarios, eso es lo que te dicen todo el rato, lo que piensas, y lo que ves alrededor. Ocurre lo mismo, claro, con jueces, actrices... una vez que empiezas, no puedes parar. Es un trabajo en el que te vas a dormir y no es que hayas terminado lo que tenías que hacer y, claro, cuanto más horas le echas, antes acabas. Esa entrega provoca una despersonalización de la conciencia: no hay más que lo que estás haciendo, ocupa al cien por cien tus pensamientos. ¡Mi abuelo vivió muy feliz sin saber qué era una nanopartícula!”.

Marian Torres, bióloga marina en el Instituto Español de Oceanografía, en Cádiz, pasó dos años en Suecia y otros dos, en Portugal, estudiando las cadenas tróficas en el océano. El año pasado, comenzó un estudio sobre el impacto de la pesca recreativa en el Golfo de Cádiz: “En mi caso, no me arrepiento y creo que es algo que te sirve mucho: tenía inquietud por conocer otros grupos de investigación. Haces una red de contactos que te va abriendo muchas puertas –comenta–. Pero cuando te vas, te tienes que pensar mucho el volver. Cuesta y es algo que haces, en general, renunciando a categoría. La administración debería plantearse, de verdad, iniciativas de convocatorias de retorno”.

“¿Ya te vas? Me decían hace años, cuando terminaba la jornada diaria en mi contrato en prácticas –cuenta Paz Jiménez, también bióloga marina del IEO–. Si cumples estrictamente lo estipulado, es fácil que te miren mal”.

“Y luego está el tema del trabajo que te llevas a casa, que no computa para nada –continúa Marian Torres–. En Suecia, que tienen más claro lo de la conciliación familiar, las horas que trabajaba en casa, las pagaban o contaban luego como libranza”.

Un hijo claro de esta problemática es, por supuesto, el techo de cristal: “Hace veinte años que el número de licenciadas es el mismo que el de licenciados, pero el de catedráticas está estancado en el 20% –comenta Adela Muñoz Páez–. Y eso, a pesar de que hay leyes que fuerzan a que haya mujeres, por ejemplo, en los tribunales. Al final, la gente elige lo que ha existido siempre: hombres. Las mujeres llegan a lo alto cuando hay pruebas objetivas anónimas”.

“En la mayoría de las carreras de ciencias –continúa Muñoz Páez–, la presencia de las mujeres se ha incrementado mucho o es paritaria. Pero sigue bastante estancada la percepción social. Y la presencia las mujeres en premios o en academias es minoritaria”.

En 1997 –recuerda la propia catedrática en el artículo La larga marcha de las científicas– las profesoras suecas Wenneras y Wold publicaron en Nature un estudio que mostraba que, de forma sistemática, el Consejo de Investigación Médica sueco había concedido mejores puntuaciones a los hombres ante trayectorias similares. Horror. Ni el campo científico ni la sociedad escandinava estaban libres de pecado. De ese informe, surgió la primera directriz europea para evitar sesgos de género.

Uno de los escoramientos más conocidos del sesgo de género es el que persiste en los libros de texto, en los que apenas hay referentes femeninos –científicas, aún menos–. En los últimos tiempos, títulos como Cuaderno de ciencia (Rachel Ignotofsky, Capitán Swing); Científicas (José Manuel Lechado, Sílex) o Las chicas son de ciencias (Irene Cívico, Penguin Random House) empiezan a poner remedio a ese vacío. Es justo y necesario. Uno de los referentes primeros, lógicos, de Adela Muñoz Sáez debiera haber sido Marie Curie.

La catedrática Adela Muñoz Sáez, en su despacho de la Universidad de Sevilla. La catedrática Adela Muñoz Sáez, en su despacho de la Universidad de Sevilla.

La catedrática Adela Muñoz Sáez, en su despacho de la Universidad de Sevilla. / MJ López

“Cuando le pregunté a mi padre quién era Marie Curie, me dijo que era una científica muy lista e importante, pero que el verdadero genio era su marido, que era tan caballero que le permitía un pedazo de la gloria a ella –cuenta–. Cuando, en realidad, gran parte de la genialidad de Marie Sklodowska-Curie es haber contado con un químico tan brillante como fue Pierre. Como tantas, yo no tuve referentes ni personajes cercanos, pero con las científicas pioneras me pregunto muchas veces de dónde sacaron la fuerza desde que Aristóteles dijo que las mujeres no sabíamos para pensar”.

Cuando comenzó a especializarse, Adela Muñoz Páez se encontró pensando que quizá eso que ella hacía no lo había hecho nunca nadie: “¿En realidad era así? Si era cierto, ¿por qué no, qué ocurrió, quién se lo impidió? ¿Era incapacidad congénita o dificultades añadidas a eso?”. Su búsqueda de años quedó registrada en Sabias. La cara oculta de la ciencia.

Los referentes femeninos, por lógica histórica, no han sido muchos, pero su ausencia como referentes es abismal. La bióloga marina Sylvia Earle recibió el premio Princesa de Asturias de la Concordia el año pasado por su contribución a la salvaguarda de los océanos. Tiene 83 años: podría haber servido de modelo a cualquiera de las científicas entrevistadas aquí. No lo era. Se animaron a estudiar ciencia por rebeldía, por Cousteau, por Félix Rodríguez de la Fuente, por los documentales de la BBC. Oceánicas surge como un proyecto amparado por el Instituto Español de Oceanografía y del FECYT para paliar esta anemia. Su página cuenta con entrevistas a mujeres relevantes de la Oceanografía actual, perfiles de investigadoras actuales y biografías de “pioneras”. Se pretende también crear una plataforma para que las investigadoras puedan explicar y contar directamente lo que están haciendo: “Hemos ido recopilando las huellas de muchas mujeres luchadoras, sin estudios especializados, que contribuyeron con su interés y curiosidad a la ciencia, aportando información fundamental sobre la clorofila, sobre el cultivo de medusas... –explica Ana Morillas–. Nombres como Jeanne Villepreoux, Marie Tharp o Jimena Quirós, la primera española en participar en una campaña oceanográfica”.

“Como organismo público, hemos de estar en conexión directa con la sociedad –comenta Paz Jiménez, del IEO–. La sociedad ha de ver que lo que haces no son abstracciones”.

Marian Torres, Paz Jiménez y Eli Muñoz, en la sede del Instituto Español de Oceanografía en Cádiz. Marian Torres, Paz Jiménez y Eli Muñoz, en la sede del Instituto Español de Oceanografía en Cádiz.

Marian Torres, Paz Jiménez y Eli Muñoz, en la sede del Instituto Español de Oceanografía en Cádiz. / Joaquín Hernández Kiki

“Difundir los conocimientos también es parte de nuestro trabajo pero es algo que hacemos, con todos los recortes y merma de recursos, desde abajo”, apunta Eli Muñoz. La investigadora –especializada en cadenas tróficas y en clasificación de crustáceos, que estudió Ciencias del Mar pero que entró como ayudante en el IEO de Málaga gracias un módulo de FP en contabilidad– ha estado durante esta semana impartiendo charlas en colegios e institutos sobre La mujer y el mar: “A no ser que tengan un referente muy cercano, como la familia, no se ve la carrera en investigación como una opción. Para un número alarmante de alumnos, la ciencia es sólo la medicina. Lo demás, no existe. Es bueno que sepan que nos mareamos y seguimos trabajando, que nos empapamos, que pasamos frío en el barco. Que hacemos más cosas que estudiar delfines, por ejemplo”.

Por si esto fuera poco, está el problema del autoconcepto: “Muchísimas veces, en el laboratorio, le das una pipeta a una alumna y se la pasa al compañero –comenta Marta Sendra–. Hay estudios científicos sobre esto. Está la prueba del ejercicio ciego: explicas una lección determinada en una clase y después pones un ejercicio que sabes fehacientemente que, con lo que acabas de explicar, nadie va a saberlo resolver. Pides que te entreguen lo que tengan. La mayor parte de los chicos te entregan algo: apenas hay chicas que lo hagan, y se resisten cuando intentas recoger lo que tienen. Pero luego, quienes se han acercado más a la solución, son las alumnas”.

Para Sendra, esto se debe a un “perfeccionismo excesivo” que puede ser muy peligroso: “Las mujeres tienen, tenemos, un gran miedo al fracaso –continúa–. Nos han inculcado que lo que hacemos es secundario, y a no molestar. No es un asunto nimio: hay un montón de problemas mentales relacionados con la represión y con la ira. Y claro, luego, si te enfadas o lloras, como ya has aguantado un montón, es fácil que digan: menuda histérica”.

“Los chicos no escogen en mayor cantidad el campo científico porque sean mejores: lo hacen porque creen que son mejores”, dice la socióloga Shelley Correll. Para las investigadoras de IEO, la diferencia de sesgo puede ser más cultural y menos de autoestima: “O eso espero –dice Marian Torres–. Creo que más bien piensan que las cosas de ciencias son carreras de chicos, y ni se lo plantean. No computan”.

Astronautas. Una imagen mucho más feliz que la propaganda de Tereshkova es la fotografía de la estadounidense Anne McClain, vestida de astronauta con su hijo al lado, y la cara de fascinación de crío. “Es fantástico cuando nuestros hijos han venido a visitarnos –dicen las investigadoras del IEO–. ¡Voy al barco de mamá!”.

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