José María Esteban

Prefiero creer lo increíble

La tribuna

Prefiero creer lo increíble
Prefiero creer lo increíble

30 de junio 2025 - 03:03

Llego a Sevilla y cojo un taxi para desplazarme a las oficinas de una empresa donde participaré en una jornada formativa. En mis desplazamientos, siempre me ha gustado entablar conversación con los taxistas porque son un buen termómetro para conocer la realidad de una ciudad cualquiera. Y ello, a pesar de que, últimamente, la polarización política me lleva a escuchar de boca de los taxistas los mismos manidos argumentos que escucho de los portavoces políticos. Podemos decir que los taxistas han perdido, en parte, su capacidad para canalizar la actualidad social que ellos reciben directamente de las fuentes más fiables y cercanas: sus propios clientes, los ciudadanos de a pie.

Este día en cuestión, me lancé a pulsar la opinión del sector y la respuesta no pudo ser más sorprendente. En el relato de la realidad que me trasladaba el taxista se me quedó grabada una idea que repetía una y otra vez: “si como dicen, la Tierra es redonda…” No recuerdo siquiera el contexto de la conversación, pero no puedo evitar recordar esa duda, lanzada de forma repetida y sin rubor. Me chocó la naturalidad con la que un taxista se permitía poner en entredicho una evidencia científica, rebajándola al nivel de una suposición lanzada por una elite de desconocidos. Aunque quizás el propio taxista no fuera consciente, estaba situando al mismo nivel la evidencia científica, y la declaración de un youtuber en un canal cualquiera de las redes sociales.

“Si como dicen, la Tierra es redonda…” es una afirmación que pone en tela de juicio a la Ciencia en su más amplio sentido, y supone que todo es susceptible de ponerse en duda, incluso aquellas cuestiones que ya han sido sometidas, y han superado, las exigencias del método científico. Y esa sombra de duda, por tanto, se puede extender a todo el conocimiento actual: “si como dicen, la Tierra gira en torno al Sol…”, “si como dicen, existen los átomos…”, “si como dicen, la sangre circula por el cuerpo…”.

¡Nada mal la disquisición cuasi filosófica para empezar la jornada! De todos modos, quise achacar ese pensamiento negacionista a una supuesta carencia de formación que (muy mal por mi parte), desconozco si era el caso.

Pero ahí estaba la realidad para demostrar que la mayor o menor formación poco tiene que ver estos días con la necesidad de creer en las opciones más inverosímiles. En un receso de la formación, mientras me tomaba un café, también aproveché para conocer la realidad de los participantes, en este caso, directivos de una empresa.

Y ahí surgió de nuevo la sorpresa, en este caso, en la creencia de que todos los líderes mundiales deben su puesto a sociedades cercanas a la masonería, que serían los verdaderos controladores en la sombra del poder mundial. El argumento, al estilo Dan Brown, me pareció del todo inverosímil, pero mi desconfianza se reforzó al escuchar su fuente: “Yo he visto muchos vídeos en internet en los que se habla de todo esto”, me dijo, invitándome a comprobarlo.

En conclusión, al ciudadano actual le resulta difícil otorgar veracidad a la evidencia científica, mientras acepta como verdad absoluta las teorías más o menos ficticias que un fulano pueda viralizar a través de internet. Había un momento en el que se contaba con una base racional que escapaba del escrutinio social y que pasaba a formar parte del conocimiento humano compartido. Una base científica siempre en crecimiento, que servía como base sobre la que seguir construyendo ese conocimiento que permite el desarrollo y progreso de la humanidad.

La ciencia lleva siglos arrebatando cuestiones del ámbito de lo irracional y explicándolos y haciéndolos pasar al terreno de la razón. Sin embargo, como podemos comprobar en nuestro día a día, asistimos a una peligrosa deriva en la que nos empeñamos en impedir el triunfo de la razón y en el que los ciudadanos prefieren creer lo más increíble, posicionándonos de nuevo en las tinieblas de lo más irracional, haciéndonos retroceder siglos, al menos, en el imaginario ciudadano.

Ante esta situación, quizás no sea tan descabellada la propuesta lanzada desde un programa de humor en el que pedían que, igual que existe un Delito contra los Sentimientos Religiosos, se aprobara también un Delito contra la Evidencia Científica.

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