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En respuesta a la avalancha de mensajes protagonizados por el ahora diputado Ábalos, el presidente Sánchez y otros destacados políticos, los portavoces del sanchismo han optado por una serie de dualidades. En absoluto novedosas, las dualidades atesoran una larga historia. En el siglo VI antes de Cristo, siguiendo la senda iniciada por Tales de Mileto, el también milesio Anaximandro, uno de sus discípulos, reflexionó sobre el origen común de todas las cosas. En vez de apostar por el agua, como había hecho su maestro, propuso que residía en algo que carecía de límites y de forma. Precisando más, aclaró que ese origen universal, lo Ilimitado, era eterno, indestructible y activo. Al poco, los miembros de la escuela fundada por Pitágoras de Samos, que se había definido como filósofo, esto es amante de la sabiduría, complementaron la idea de lo Ilimitado con la de lo Limitado. Argumentaron los pitagóricos que sin límites no habría ninguna cosa concreta. En efecto, la dualidad entre lo ilimitado y lo limitado era una herramienta imprescindible para interpretar la realidad. Y quizás también una de sus cualidades más notables. Y los pitagóricos hicieron bastante más. Al comparar sistemáticamente las longitudes de las líneas geométricas, se toparon otra dualidad fundamental: la que se daba entre lo continuo y lo discontinuo. Entre tanto, los naturalistas habían descubierto una interesante dualidad biológica. Por un lado, la vida no se presentaba asociada a ningún gran organismo extendido por toda la biosfera, sino a múltiples individuos separados; por otro lado, los individuos no se encontraban aislados, sino que se agrupaban en especies.
Las dualidades argumentativas de los sanchistas no tienen, al menos por ahora, tanta enjundia. Algunos ejemplos bastarán para mostrarlo. Los mensajes son intranscendentes, pero filtrarlos es gravísimo. Los mensajes de los primos de Esther Peña son más interesantes que los de Ábalos, pero la prima, portavoz del partido, da una rueda de prensa para comentarlos, no los de sus primos. Lo personal es político, pero la privacidad es sagrada. Queremos saberlo todo sobre los mensajes, pero no queremos que se difundan. Los mensajes no tienen importancia penal, pero filtrarlos acaso sea delictivo. No vamos a seguir prestándoles atención, pero adoptaremos las medidas judiciales que nos parezcan oportunas. Es un ataque a la intimidad, pero muestran que todo vale para atacar a Sánchez…
Como no sabemos quién ha entregado a los periodistas del diario El Mundo estos mensajes, solo podemos preguntarnos a quién benefician. Y nos lleva a percatarnos de que todos los argumentos hasta ahora expuestos contra la difusión de los mensajes omiten las dos dualidades verdaderamente importantes. Quizás esa omisión se deba a que las dos incumben al presidente Sánchez. En realidad, ya las conocíamos, pero los mensajes las ratifican en toda su crudeza. En primer lugar, trasparentan la pugna que hubo en el partido entre dos corrientes: la capitaneada por Sánchez, que pretendía hacerse con el gobierno a cualquier precio, y la capitaneada por Susana Díaz, que no estaba dispuesta a traspasar ciertas líneas rojas, como pactar con Bildu o aceptar la tesis de que España no es una nación, sino una pluralidad de naciones sujetas por una errónea Constitución. Las consecuencias de la victoria de la primera corriente son bien conocidas: laminación de los discrepantes en el partido, pacto con Bildu, pacto con Podemos, pacto con Sumar, indultos a los separatistas que lideraron el golpe de Estado de 2017, derogación del delito de sedición, rebajamiento del delito de malversación, amnistía para los citados separatistas, petición de la oficialidad del idioma catalán en la Unión Europea, concesión de un cupo fiscal a la vasca para Cataluña, reserva del 20% para esa región de los gastos nacionales, declaración de que esta legislatura tiene que ser la del pleno despliegue del carácter nacional de Cataluña… Quizás no sea Susana la única jodida con todo esto.
La segunda dualidad notable relacionada con estos mensajes es que el diputado Ábalos está siendo investigado por corrupción, pero mantenía una relación muy estrecha con el presidente Sánchez. Y, dado que nunca ha explicado por qué lo destituyó como ministro y como secretario de organización del partido, ni tampoco por qué luego lo incluyó en la candidatura al Congreso, resulta inevitable preguntarse qué sabía de lo que Ábalos estaba haciendo. O, dicho de otro modo, qué puede temerse Sánchez de lo que Ábalos confiese en el futuro. Para un doctor que alcanzó la presidencia del gobierno español mediante una moción de censura presentada para acabar con la corrupción del PP, esas dos preguntas tienen su morbo. Aunque quizás solo estemos ante otra dualidad: la constituida por el candidato Sánchez, que combatía la corrupción, y el presidente Sánchez, que echaba de menos a Ábalos. Lo ilimitado frente a lo limitado, esa es la cuestión.
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