La firma invitada

Daniel Prades Cutillas

El síndrome de Pandora

ENTREGARON los dioses a Pandora y Epimeteo un cofre con instrucciones estrictas de no abrirlo jamás, bajo ningún concepto y en ninguna circunstancia. Con toda lógica bastaron tan rígidas normas para estimular la curiosidad de Pandora, que al poco, sospechando de los tesoros que habría de contener, comenzó a insistir a Epimeteo sobre la conveniencia de abrirlo y contemplar lo que los dioses querían mantener lejos de la vista de los mortales.

Como su cónyuge se negó reiteradamente, Pandora aprovechó su ausencia para levantar la tapa, y de la caja salieron en tropel las enfermedades, epidemias, envidias, en fin todos los males que asisten al mundo. Cuando todos habían escapado, del fondo del cofre salió la esperanza, último asidero de los humanos para sobrellevar las desgracias que desde entonces les afligen. Y los hombres mantuvieron viva la esperanza.

Lo narrado corresponde a la versión más reciente y edulcorada del mito de Pandora. Pero la más antigua no nos presenta la esperanza como un bien, sino como el peor de todos los males, pues induce a los mortales al quietismo: a aguardar tiempos mejores en espera/esperanza de que los malos pasen sin arruinar sus vidas, en lugar de a trabajar para resolver los problemas que les afectan.

Esperanza para los antiguos griegos sólo era la formulación de un deseo, algo muy diferente de la confianza, que requiere de elementos previos tangibles en los que basar el pronóstico de una mejoría: confianza en el trabajo para mejorar el futuro, frente a esperanza de que nos toque la lotería. La confianza nace de los hechos, la esperanza de los deseos.

Tal parece que quienes debieran regir nuestros comunes destinos han sido afectados por el síndrome de Pandora, de tal modo que primero aseguraron que aquí no iba a pasar nada, en la esperanza de que no pasase, y que no era necesario tomar medida alguna, porque teníamos la mejor economía de Europa, en la esperanza de que fuera cierto.

Cuando de todos los indicadores económicos se deducía la proximidad del desastre, continuaron negando la evidencia, en la esperanza de que al menos no nos alcanzara hasta después de las elecciones. Se pulieron el superávit de nuestra economía, vaciando la despensa, porque era una tontería reservar nada para tiempos peores que no iban a venir, en la esperanza de que esos malos tiempos no llegaran.

Cuando la velocidad de la destrucción de empleo se hizo patente, contaron que estábamos mejor que nunca: sus peores cifras eran mejores que las mejores de los de antes, en la esperanza de que no siguiesen empeorando.

Y cuando tras el verano la situación ya era insostenible, siguieron tratando de generar esperanza en la importancia mundial de nuestra opinión, en la esperanza de camuflar la realidad bajo una fotografía, en la esperanza de que los demás resolvieran los problemas.

Y así seguimos, en la esperanza de que nuestra crisis real no sea cierta, en la esperanza de que resuelta la crisis financiera exterior se resuelva la interior que niegan, en la esperanza de que la negación de la realidad conjure la solución milagrosa.

O por lo menos en la esperanza de que la tormenta sea corta y de que nos presten un paraguas.

Cuando se ha malbaratado el ahorro y no se ve claro el futuro, cuando de la negación se pasa a la aceptación esdrújula, cuando la sonrisa muta en rictus, cuando la buena cara al mal tiempo se convierte en sarcasmo… sólo nos ofrecen la esperanza.

Una de las claves para remontar la actual situación es la confianza, compro un coche porque confío en poder pagarlo, abro un negocio porque confío en que irá bien, me permito un viaje porque confío en no necesitar para vivir en el futuro lo que ahora gasto en un capricho. Sólo generando de nuevo confianza se puede reactivar el motor del consumo que, lo queramos o no, es la base del sistema: la mayor demanda estimula la producción, ésta el empleo y el mayor número de trabajadores estimula la demanda de otros productos, éste es el perpetuum mobile del sistema, y cuando se rompe o se frena de golpe hablamos de crisis, y si retrocede de recesión.

No necesitamos esperanza, porque el sistema y la solución no se alimentan de ella sino de confianza, pero para generar confianza hay que hablar claro y trabajar duro, aunque uno no salga favorecido en la foto.

Y la mentira desenmascarada es el mayor enemigo de la confianza.

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