Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Sevilla, su Magna y el ‘after’
El lanzador de cuchillos
El 12 de agosto de 2022, tres décadas después de la fatwa decretada contra Salman Rushdie por el ayatollah Jomeini, un joven de 24 años, Hadi Matar (hay nombres que son una verdadera declaración de intenciones), armado con un cuchillo, se abalanzó sobre el novelista inglés con intención homicida cuando éste se disponía a dar una charla en la Chautauqua Institution sobre la importancia de mantener a los escritores señalados por el fanatismo a salvo de todo riesgo.
Rushdie ha venido a España a presentar Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato, la obra que ha parido con dolor –un inmenso dolor, también físico– y en la que medita profundamente sobre la pérdida, el amor, la verdad, el arte… y sobre cómo reunir la fuerza necesaria para volver a ponerse en pie cuando a uno le han jodido la vida.
No se anda Rushdie con rodeos; en la primera página relata el momento del atentado: “Todavía lo veo a cámara lenta. Sigo con la mirada al hombre que se destaca de entre el público y corre hacia mí. Veo cada paso de su precipitada carrera. Me veo a mí mismo poniéndome de pie y volviéndome hacia él. (Continúo de cara a él. En ningún momento le doy la espalda. No tengo ninguna herida en la espalda). Levanto la mano izquierda en un gesto de defensa. Él me hunde el cuchillo en la mano. Después de eso me asesta varias cuchilladas más, en el cuello, en el pecho, en un ojo, en todas partes. Noto que me fallan las rodillas y me desplomo”.
Aquella mañana en Chautauqua, el novelista nacido en Bombay experimentó, casi simultáneamente, lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. La maldad inmotivada y el antídoto contra esa enfermedad: el valor, la abnegación. Desconocidos que se desvivían por ayudar a un anciano malherido y tirado en el suelo.
Según lo publicado por la prensa, el ataque duró 27 segundos; en 27 segundos –reflexiona el autor de Los versos satánicos– se puede recitar entero el padrenuestro. O leer en voz alta un soneto de Shakespeare. 27 segundos de intimidad –el cuchillo es un arma de proximidad– entre agresor y agredido, entre matar y el hombre a quien quiso asesinar, al que debemos seguir protegiendo a toda costa porque, como dice Javier Cercas, proteger a Rushdie es proteger la alegría, la risa, las ganas de vivir. Proteger a Rushdie, efectivamente, es proteger la civilización.
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