Su propio afán

Enrique García-Máiquez

Positivismo en positivo

13 de diciembre 2025 - 03:04

En un reciente debate en los medios y en las redes sobre las relaciones entre la fe católica y el liberalismo donde se discutía si son irreconciliables o compatibles o complementarios, yo eché mi cuarto a espadas. Para mí el liberalismo es algo muy exterior. En lo que siento más dentro soy o conservador, si lo tengo, o reaccionario, si me lo arrebatan. Sin embargo, prefiero que velen las lindes el libre mercado, la sacralidad de la propiedad, los bajos impuestos, la separación de poderes y la libertad máxima de expresión. No se conocen guardas más eficaces.

Con el positivismo jurídico pasa tres cuartos de lo mismo. Por dentro, en lo que me importa de verdad, soy un jacobita de la ley natural, por un lado, y por otro, del fuero soberano de la conciencia, esto es, de todo lo que me obliga a mí mismo desde la fe o la sangre o la costumbre o el capricho. Me gusta marcar muy bien las distancias con la ley positiva, o sea, la que el Estado cuelga en el BOE. Cuanto menos se meta en lo mío, mejor, no sólo para que no me obligue, sino, sobre todo, para que me deje obligarme.

Sin embargo, en las lindes, si se ciñe a su función, el derecho positivo, la jerarquía normativa y hasta la Constitución cumplen un insustituible papel. Que yo me movilice y que mi corazón se incline por otras leyes más eternas o más internas, catedral del alma o castillo interior, no quita que me quite el sombrero ante la sombra protectora de la pirámide de Kelsen.

Lo estamos viendo estos días. La corrupción sistémica del PSOE la han desmontado policías, guardias civiles y jueces que ejercen como meticulosos servidores de la norma positiva, de la minimizada carta magna y del Derecho Procesal incluso. Aunque en principio el derecho positivo depende del Poder y, por eso, no lo limita tanto como nos gustaría, la realidad nos demuestra que el Poder siempre quiere expandirse más rápido y más corrupto que lo que puede toquetear las leyes. Termina dándose de bruces con las normas y con los jueces que rigurosamente las aplican. Mucha resistencia a los totalitarismos en la historia ha nacido de positivistas valientes y convencidos, a lo Calamandrei. Y como lo que estamos viviendo con tanto alivio como estupor en España les debe mucho a los más puntillosos puntales de las normas, yo –puesto en pie– les aplaudo.

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