La aldaba
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Hace algunos meses me encontré en plena calle, cerca de un instituto de Secundaria, con una chica muy joven que lloraba desconsolada, sentada en el suelo y acurrucada sobre sí misma. Temí que hubiera sido víctima de una agresión o un accidente grave, así que me acerqué a ofrecerle mi ayuda, pero una vez que los jipidos le dejaron pronunciar palabra, me explicó que el problema era un examen que acababa de hacer y del que había salido mal parada. Mi primera reacción fue de alivio, al pensar que no era algo trascendente, pero ella me miró como si yo no entendiera nada y me dijo: “Es que es muy importante, porque no puedo bajar del 10”.
En sus ojos había auténtica desesperación, veía su futuro por los suelos desde aquel día en que una de las pruebas de segundo de Bachiller no le había salido con la perfección necesaria para alcanzar la matrícula de honor requerida para llegar a la Facultad de Medicina en el siguiente curso.
Los que ya hemos vivido muchos más años que aquella estudiante sabemos que ese revés no merece tanto sufrimiento, pero hay que ponerse en su piel y en la de otros miles de estudiantes que tienen como meta acceder a ciertos estudios de la universidad cuya nota de corte sube y sube cada año. Es una burbuja que afecta al sistema público y que dificulta la igualdad de oportunidades, porque hay estudiantes brillantes que se quedan fuera por meras centésimas y sólo les quedan las opciones de salir fuera de su domicilio familiar o la privada, lo que no está al alcance de todos.
Las universidades públicas, cada vez peor financiadas, no pueden o no tienen como prioridad ampliar las plazas de las carreras donde las listas de solicitudes son más largas. En el caso de los estudios relacionados con las Ciencias de la Salud, ese aumento en la formación sería además una necesidad para toda la sociedad, dada la actual escasez de profesionales para cubrir las vacantes.
La Junta se queja de que no hay médicos suficientes para contratar, pero los institutos están llenos de jóvenes que quieren serlo y buena parte de ellos no podrá. Mientras, durante unos años muy importantes de su vida, se convierten en verdaderos opositores, cargados de presión y exigencia, hasta el punto de tomar cada examen rutinario como el juicio final. Ni notarios, ni registradores, con apenas 18 años, solo aspiran a llegar a la universidad y tener una oportunidad vocacional. Algo está fallando.
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