No tenemos remedio

29 de julio 2025 - 03:03

Así estamos, resignados a que un día de estos le concedan el Premio Nobel de la Paz a Donald Trump a propuesta de Benjamin Netanyahu, como si el algunas veces prestigioso galardón fuera uno de esos títulos que conceden algunas ‘universidades’ privadas. Asistimos ya sin escandalizarnos al demoníaco espectáculo de un reputado genocida proponiendo a su principal apoyo militar y económico para la misma distinción que un día se otorgó a Martin Luther King y que nunca recibió Mahatma Gandhi. Claro que teniendo en cuenta que entre sus ganadores figuran el gran inspirador de golpes de Estado Henry Kissinger y otros incomprensibles como Barack Obama, casi sería normal.

Un genocida, para serlo, debe estar convencido de que está señalado para una misión divina, o bien de que si es diabólica tampoco importa tanto. Pero, sobre todo, debe tener el apoyo de su pueblo, aunque eso signifique que este ha enloquecido, contagiado por el mismo virus que ha infectado a su líder. Mucho más importante que el imposible cambio de rumbo de sus dirigentes, adalides de la superioridad de su etnia sobre la de los palestinos, considerados y tratados como poco más que animales no domésticos, es la posición de los israelíes, que al parecer asisten impávidos e incluso complacidos a la imparable matanza de quienes son, quieran o no, sus semejantes.

En el pueblo judío, extensamente repartido por todo el mundo, y sufridor como pocos de una larga e interminable persecución de siglos, no ha nacido la necesaria corriente de solidaridad con el pueblo palestino. Al contrario, parece que, después tanto sufrimiento, hubieran encontrado el enemigo ideal, débil y hambriento, con quien practicar la infame ley del ojo por ojo.

No dudo de que entre ese pueblo se hallen miles de personas a los que repele el hambre y la persecución que sufren hombres, mujeres y niños que no tienen nada que ver con el desencadenante de esta venganza, el cruel ataque de Hamas a colonos judíos. Pero su voz, que sepamos desde aquí, no tiene la suficiente fuerza, o simplemente son una minoría tristemente insignificante. Mucho más incomprensible es la aquiescencia de los muchos más que apoyan, aquí y allí, con su cobarde o complaciente silencio, una de las más terribles tragedias culpables que el mundo moderno ha contemplado. Y ya han visto cosas horribles los ojos asombrados del mundo. Pero es seguro que nuestra capacidad de indiferencia no ha variado desde que contemplábamos indiferentes la esclavitud, la explotación, el propio Holocausto. No tenemos remedio.

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