Molido

Mi mujer se ríe al menos con algo de mis artículos. Ha comprobado que los que tienen más éxito son aquellos en los que cuento mis desgracias: «La gente, entonces, se monda», recalca, mondándose. Y me anima a narrar con todo lujo de detalles mis desventuras. Es lo más quijotesco que tengo.

Esta vez contrataco. Le digo que se me ha ocurrido un aforismo: “No sé si yo soy muy mal enfermo o mi mujer es una enfermera regular, pero lo cierto es que, con mi salud, se resquebraja también la armonía matrimonial”. Se ríe. Porque es verdad.

He contado las palabras, por si podía acabar ya el artículo, pero no llevo ni un tercio. No me va a quedar más remedio que darle la razón a mi mujer, y hablarles a ustedes de mi muela. Un dolor de muelas tiene poquísimo glamour. ¡Si al menos tuviese gota…! Encima, va rodeado de cierta mala conciencia. Parece que el culpable de la muela siempre eres tú por no haberte cepillado más. No es eso, sino algo peor: el bruxismo, que comparto, ay, con Pedro Sánchez, y que todo se me está complicando (como a Pedro Sánchez).

Para cumplir con la utilidad pública que debe de tener todo artículo de opinión que se precie les recuerdo, mis saludables lectores, que a los enfermos no nos viene bien que se acerquen ustedes al lecho de dolor a recordarnos la culpa, ya sea por el dentífrico elegido o por fumar o por tomar demasiado café o mucho sol o por no hacer pilates.

El examen de conciencia ya lo hace uno solo. Por ejemplo, yo creía que era alguien muy alegre y esperanzado, pero desde que me duele la muela he descubierto que tenía buena salud y nada más. Más consuelo me trae mi hermano Nicolás, el farmacéutico, y no hablo de las medicinas, sino que me cuenta que en el Lejano Oeste, el dolor de muelas era una causa frecuente de suicidio. A falta de un buen dentista, la gente tiraba (en los dos sentidos) del colt 45. Me consuela porque le da un timbre heroico a mi resistencia. Todavía amo la vida.

La vida, sobre todo de antes, y espero que la de después. La de ahora es un impasse. Me sirve para mi teoría general de la literatura. Experimento que un dolor de muelas cambia la naturaleza del texto que tienes entre manos a peor. Ojalá me lean ustedes siempre pletóricos de salud. Podría haberlo aprovechado para escribir de política, que es un dolor de muelas. Pero, según mi mujer, ese apoyo constante, tiene más gracia mi dolor de muelas, que no el de todos los españoles.