En tránsito
Eduardo Jordá
Mon petit amour
La historia del submarino C-5, desaparecido con toda su dotación el último día de diciembre de 1936, se ha visto salpicada desde siempre por una serie de misterios que se sintetizan en su enigmática desaparición. Con los datos suficientes para intentar localizar el pecio en aguas del Cantábrico, parece llegado el momento de disipar la bruma en que ha permanecido envuelta su lamentable y trágica historia.
Al declararse la Guerra Civil, su comandante, el capitán de corbeta Antonio Amusátegui, fue detenido y fusilado junto a otros compañeros. El segundo, considerado persona de izquierdas, fue nombrado jefe de la Base de Submarinos, mientras que el tercer oficial a bordo fue trasladado al C-6; de este modo el buque se quedó sin oficiales, constituyéndose un comité de control formado por un suboficial, un cabo y un marinero que no aceptaron como comandante a ninguno de los oficiales propuestos, haciéndose cargo del buque el contramaestre Jacinto Núñez. De esta guisa el sumergible se dirigió a interceptar el convoy de las tropas sublevadas en África, procediendo durante el tránsito a hacer pruebas de inmersión, pero sucedió que el buque se escoró demasiado y como no compensaba, Núñez ordenó soplar lastres, lo que hizo al submarino ascender descontroladamente sin que los responsables del trimado acertaran a enderezarlo. La experiencia hizo considerar al comité que necesitaban un comandante experimentado, nombrándose al capitán de corbeta José Lara que aunque no gozaba de la confianza del comité tuvo que ser aceptado, ya que el resto de oficiales tenían destino o habían sido fusilados. En estas condiciones, con un oficial de la Marina Mercante como segundo y el auxiliar radio José Porto como jefe del comité, el C-5 puso rumbo a Tánger, sugiriendo el comandante cruzar el Estrecho en superficie enmascarados en la oscuridad de la noche, sin embargo se impuso el criterio de Porto y el submarino hizo inmersión, varando hacia las dos de la madrugada en la costa africana frente a Tarifa, donde los intentos de reflotarlo resultaron del todo infructuosos hasta que no se presentó la siguiente marea. Ya en Tánger recibió órdenes de dirigirse al Cantábrico, pero colisionó con otro barco durante la maniobra de salida y tuvo que permanecer en puerto reparando. Por fin, a finales de agosto zarpó para Bilbao, saliendo inmediatamente a la mar al recibirse la situación del acorazado España, al que tuvo a tiro esa misma madrugada, lanzándole dos torpedos que quedaron anormalmente cortos y fallando igualmente en un segundo ataque, lo que aumentó las sospechas en torno a la figura del comandante.
El tres de septiembre, navegando en superficie, se topó con dos bous nacionales, ordenando Porto atacarlos al cañón, pero la aparición de un hidroavión nacional hizo que llamaran urgentemente al comandante para que se hiciera cargo de la situación, ordenando este hacer inmersión de manera inmediata. En estas condiciones y con el submarino sumergido en 50 metros apareció el destructor Velasco, que lo atacó con cargas de profundidad, estallando una de ellas tan cerca que lo dejó sin propulsión ni electricidad, tocando fondo en sondas de 85 metros. Tras dos días varado en el fondo, el C-5 consiguió salir a superficie solicitando dirigirse a reparar a Cartagena, pero los mandos lo consideraron un pretexto y les ordenaron mantenerse en la cornisa cantábrica. El siguiente incidente tuvo lugar a mediados de septiembre cuando avistaron al crucero Almirante Cervera en la zona de cabo Peñas. Una vez más Porto decidió tomar el mando para el ataque, ordenando al comandante mantenerse en el periscopio por ser el único capacitado para calcular distancias al blanco. Cuando el jefe del comité dio la orden de fuego, Lara replicó que era imposible por haberse interpuesto un crucero alemán; en un arranque de furia, Porto quiso disparar al comandante con su pistola, lo que evitó el jefe de máquinas. A partir de ese instante Lara fue recluido en su camarote acusado de traidor, siendo relevado por el segundo.
A finales de octubre, estando atracado en Bilbao, la guardia nocturna fue sorprendida por una docena de hombres armados que se apoderaron del submarino. Los asaltantes eran agentes del gobierno de Euskadi a los que se obligó a devolver el sumergible, pero alguien en Madrid decidió llevar a Ramón Cayuelas, el centinela en el momento del asalto, ante un consejo de guerra, si bien el marinero consiguió salvar la vida al amenazar al tribunal popular que lo juzgó con airear la incompetencia del presidente del comité. Porto decidió pasar página, aunque recomendó el desembarco de Cayuelas cuando llegase su relevo, lo que sucedió el 31 de diciembre, la misma tarde que el submarino zarpó de Bilbao para la que habría de ser su última singladura, pues poco después se perdió todo contacto con él y al día siguiente los pescadores dieron noticia de haber divisado una enorme mancha de aceite once millas al norte de Ribadesella. Además de Cayuelas, otros dos hombres salvaron la vida al encontrarse ingresados en el hospital.
Desde el mismo momento de su desaparición se han venido haciendo todo tipo de conjeturas sobre el final del C-5, prevaleciendo la de que el capitán de corbeta Lara propició su hundimiento como forma de servir a los nacionales. Esta teoría choca con el hecho de que el propio Lara lo había salvado tres meses antes y que en la última singladura permanecía confinado en su camarote, aunque hay que tener en cuenta que después del incidente con Porto se sabía prácticamente condenado y no es descabellado pensar que volvieran a poner el submarino en sus manos con ocasión de cualquier coyuntura técnica, momento que habría aprovechado para hundirlo con todos sus hombres, incluido él mismo. Una vez acabada la guerra, su viuda inició un proceso de rehabilitación para que fuese considerado un héroe por el ejército vencedor, algo que refrendó el propio marinero Cayuelas, que con el paso del tiempo se convirtió en un cotizado escritor.
En el libro "Submarinos Republicanos durante la Guerra Civil" de los almirantes José Ignacio González-Aller y Gonzalo Rodríguez Martín-Granizo, se refleja que Lara se había sincerado con algunos compañeros a los que hizo saber que "tenía escondida una pistola, explosivos y un detonante y que su intención era pasarse al bando nacional" Estas palabras magnifican más, si cabe, el desafío de encontrar los restos del sumergible, que guarda entre sus metálicas cuadernas la solución al enigma de su desaparición.
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