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La mili vuelve. Como concepto, el servicio militar –voluntario u obligatorio– recobra fuerza y regresa al debate político y social, tras décadas de ostracismo. Cuando pensábamos que en Europa el término iba camino de convertirse en histórico, el miedo a Putin y a la Rusia expansionista, con el aliento de los intereses de la industria militar, ha despertado los fantasmas del ayer y ha obligado al viejo continente a plantearse cómo salir a marchas forzadas del letargo pacifista. En Alemania, la incorporación de los jóvenes a su mermada Bundeswehr vuelve a ser una realidad, aunque por el momento sólo tiene carácter voluntario, hasta nueva orden.
En la mayoría de países bálticos o del norte europeo, los refuerzos humanos no dejan de llegar. En Francia, el país que inventó la mili tras su Revolución, el debate también está sobre la mesa y Macron titubea desde hace tiempo.
España, como para otras muchas cosas más, parece alejada de esta tendencia europea. Aunque la mili, aparecida por primera vez en la Constitución de 1812, estuvo vinculada a las aspiraciones liberales que pretendían la igualdad de trato, en la práctica, la idea quedó pegada al franquismo como parte de la esencia del régimen. La impopularidad de una hipotética vuelta al reclutamiento es, por el momento, bastante evidente y los partidos políticos no parecen dispuestos a meterse en ese berenjenal.
Esta relajación que los españoles parecemos tener respecto a la guerra, en contraste con la preocupación europea, molesta a los líderes de otros países y organizaciones internacionales, empeñados en abrirnos los ojos al inminente peligro. El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, nos advertía el otro día de que un misil ruso sólo tardaría en impactar en España cinco minutos más que en Lituania. Por dar ideas.
Si los españoles sentimos una amenaza creciente de Rusia casi siempre viene de la informática, los virus y la tecnología. Solo hay que acordarse del día del apagón general y de las sospechas inmediatas que circulaban entre la población (y hasta el Gobierno) sobre un posible sabotaje y, para más señas, ruso.
Esto nos lleva a preguntarnos por la mili que necesitamos para nuestros jóvenes. Parece imposible pensar en el recluta rapado y con petate que limpia letrinas o pela patatas mientras el mundo real continúa fuera del cuartel. Tampoco es admisible una nueva distinción entre hombres y mujeres. Lo que este país podría ofrecer es la mili 2.0, un periodo de formación TIC u otras utilidades avanzadas y acordes a las amenazas de nuestro tiempo. Esa guerra ya es una realidad.
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