Mi memoria, no la vuestra

12 de agosto 2025 - 03:04

Conste que a mí (como en verdad pienso que debería ser para todo el mundo) el nombre del puente sobre la Bahía me da igual. Si por mí fuera le pondría, a la antigua usanza, Puente Viejo por contraposición al de la Pepa que sería el Puente Nuevo. Nunca será un motivo para llevarme a la exaltación ni al enfrentamiento, que de esos afanes vamos ya bien sobrados en esta España que siempre es, al menos, dos. Pero no por eso dejo de extrañarme ante ciertas razones que en estos calurosos días se están exponiendo.

Primero, no deja de sorprenderme que los que abominan de las leyes de memoria consideren sagrado mantener la memoria de según quiénes, como la familia Carranza, declarados y públicos sostenedores de la dictadura de Franco. Son los mismos que defendían que la memoria del dictador no debía ser molestada en su eterno (para bien de todos) descanso en el Valle de los Caídos, o que la de Queipo de Llano estaba muy bien rodeada de ángeles en la Macarena, en la Sevilla desde la que lanzaba sus sangrientas y vengativas proclamas.

La misma contradicción observo en quienes, como la viuda de Rafael Alberti, que ¡oh descubrimiento! no es Rafael Alberti, afirman que poner el nombre de su difunto marido a un puente, “divide” a los gaditanos mientras que mantener el de un alcalde franquista no provoca ninguna división, porque todo el mundo estaría de acuerdo en que fue el mejor alcalde imaginable.

Esa es otra: salen a la luz ahora calificativos elogiosos de la beneficiosa labor que para la ciudad de Cádiz supuso la casi inacabable etapa de José León de Carranza como regidor. Casi se le glorifica como firme opositor a Franco, como si no fuera éste quien lo nombró. Dicen ahora que su gestión fue grandiosa, pero desgraciadamente era imposible comprobarlo de la única manera válida: a través de su refrendo en las urnas, procedimiento democrático que casualmente estaba prohibido en su época. Era Franco o su camarilla quienes nombraban al alcalde, no el vecino como muchas décadas después aseveraría, en frase histórica, el popular Rajoy.

Ahora bien, si hay tanta gente a la que no molesta recordar a Franco, sus partidarios, sus lugartenientes civiles y militares en placas y rótulos, y que abominan de los que se sienten ofendidos por esos públicos homenajes, que lo digan claramente. En este país, desde que murieron esos jerifaltes, afortunadamente ya se puede decir cualquier cosa. Imaginemos solamente si en tiempos de Carranza a alguien se le hubiera ocurrido dedicar una plaza a Alberti o a Manuel de la Pinta, en donde habría acabado.

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