Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Vox, un estado de ánimo
LA persona que simula una carrera universitaria es un impostor por cuanto miente sobre un tramo esencial de su biografía, la que da cuenta de su formación académica y, por tanto, de sus capacidades. No hablamos del tipo acomplejado que padece titulitis y que adorna el currículum con baratijas o el que hace pasar un máster particular de una institución privada por un título universitario, nos referimos al bachiller que comunica a la Cámara legislativa, al Ayuntamiento o al Gobierno que es un egresado en Administración de Empresas o Derecho, nos referimos a esta hornada de políticos que están podando hasta el tronco sus currículums académicos este verano, a esta tropa de leguleyos indignos que no son mayoría, pero cuya preocupante extensión nos lleva a reconsiderar una visión positiva de nuestra clase política, entendiendo como tal al grupo de profesionales que trabaja como cargo electo y lo que éste genera a su alrededor en forma de asesores.
El último en reventar ha sido el delegado del Gobierno en Extremadura, el socialista José Luis Quintana, que presumía de ser diplomado (no había llegado a cuarto) en Derecho Tributario aunque tenía menos títulos que una liebre de campo, pero no sólo los hay en el PSOE, también en el PP y en Vox, son muchos, demasiados.
A algunos de estos los he visto crecer, fueron chicos voluntariosos de Nuevas Generaciones del PP y de Juventudes Socialistas, jóvenes que comenzaron a vivir muy pronto de la política, quizás como concejales, después como parlamentarios, más tarde como directores generales, secretarios de Estado y hasta presidentes, tipos afanosos que abandonaron sus carreras para pegar carteles, ayudar con el equipaje, colaborar en las campañas y editar vídeos de redes sociales y que, cuando llegaron a obtener un acta en un parlamento, optaron por mentir, algunos con la desvergonzada alegría de Nuria Núñez. Algunos retomaron y acabaron sus estudios con notable esfuerzo, pero son muy pocos, a los otros se les reconoce a lo lejos, son esa gente que da el espectáculo en las noches de los congresos en conmemoración de lo que fueron sus ritos de paso en los ardientes cónclaves de las juventudes.
Los partidos no quisieron chequear a aquellos cargos que hoy han colonizado sus direcciones, personas cuya visión de la política dista un océano del resto de los votantes, porque en el cargo les va la vida y su sustento económico. Por eso simulan, mienten e impostan, por supervivencia. Y no son leales con su partido, sino serviles.
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