Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
El discurso de Álvaro García Ortiz en la apertura del año judicial resultó en el fondo un acto de protestación de la fe sanchista. “Creo en la justicia y en las instituciones que la conforman”, dijo el primer fiscal general acusado de un delito en el ejercicio de sus funciones. Aquí todos tienen fe mientras del cielo caigan los dones suplicados, claro. Si los jueces incordian, se sigue creyendo en la justicia, pero se acusa a unos cuantos de hacer política. La confianza en los magistrados se calcula en función de las circunstancias, como a la hora de pedir el solomillo. “¿Cómo quiere la carne el señor: poco hecha, al punto o sanguinolenta?”. “Estoy aquí porque creo en la justicia”, reiteró el servil fiscal, caballo de Troya del poder ejecutivo que se cuela en el patio principal de la sede del Ministerio Público. El fiscal general es el desgraciaíto que se nutre del pan de manita ajena, siempre mirando a la cara de Sánchez si la pone mala o buena. Y el presidente tiene cara de madrugada de Viernes Santo, sobre todo cuando el Falcon se avería camino de París y tiene que retornar a Madrid. Sánchez aprovecha entonces para llamar al fiscal para que acuda a la Moncloa a presentar la memoria. García Ortiz, presto al toque del cornetín de mando, se presenta en un plis plas con el Dustin en perfecto estado de revista. Un tipo que está al borde de sentarse en el banquillo no tiene reparo en forzar al Rey a oír su discurso en el Tribunal Supremo. Se queda en el sillón porque tiene que seguir de asistente cualificado, de dócil mayordomo y de fiel ejecutor de encargos de un Gobierno presidido por un señor lastrado por los frentes judiciales. Nadie puede dudar del derecho a la presunción de inocencia del fiscal general, pero sí de que continúe en el cargo y acuda como un pavo real al acto solemne de la apertura del año judicial. ¿Perderá García Ortiz el don de la fe en la justicia en caso de ser condenado? ¿Dudará, llegado el caso, de un proceso tremendamente garantista? La culpa sería entonces del sistema. Nada extraño si se acepta que un fiscal general imputado se dirija al Rey en un discurso oficial, que un ministro de Justicia, notario mayor del Reino, opine sobre procesos judiciales en curso o incluso salga en defensa del fiscal general, y que un presidente del Gobierno acuse a jueces de hacer política. El sanchismo es un tsunami político de pérdida del sentido institucional y de un generalizado mal gusto que afecta ya hasta al jefe de la oposición, ausente ayer del acto de apertura del año judicial. Nada será igual después de Sánchez. Ha creado escuela.
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