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La firma invitada

José María Esteban

La dificultad de Entre Catedrales

ENTRE Catedrales puede ya disfrutarse. Hay que percibirlo como una nueva aportación estética de la arquitectura, acercándose de lejos a ese mágico lugar. Viendo su delicada figura. Subir por ella. Inclinarse y ampliarse en su recorrido escénico. Sentarse a ver lo que ya era fácil de ver. Incluso sujetarse al arte de inevitable atractivo de vértigo que, sin barandilla, entrega su confuso límite frontero con el mar. Seguramente la dificultad de este ejercicio arquitectónico sea esa, estar entre dos catedrales sin tener algo evidente a la vista. Por eso la solución tomada no será ni fácil de entender ni de explicar. Será uno de esos asuntos de controversia en nuestro rico y convulso Cádiz, en estas otoñales, pero veraniegas semanas que llegan.

Cuanta más dificultad tiene un espacio patrimonial, producto de los intersticios de la historia y sus restos, más confusión expone a su contemplación. No es sencillo resolver el fundido de un espacio que no existe, o techar lo importante sin que se vea. Crear sobre lo sobrante entre dos fuerzas objetivas de inmenso volumen y significado en Cádiz, sin intención urbana anterior, y proteger las eternas piedras del origen de aquí. Para enjuiciarlo, hay que partir, en principio, de la dificultad innata de lo que pertenece a la esencia de un aire, en el que es complicado y complejo actuar desde la disciplina que ordena los espacios y los volúmenes. No hay nada que ordenar, pero también es necesario hacer algo que resuelva ese vacío y ese techo.

El arquitecto aquí, desde mi punto de vista, ha adivinado, como casi única solución el atractivo de la frontera que es una trasera de ambas catedrales: el mar. Aduana que nunca cambia en su continuo movimiento y que, al unirse a las tierras, atrae como un imán la contemplación humana. Una inmensa puerta por la que cabe cualquier huida humana. Y lo consigue con la suavidad de sus formas, con la sutileza de sus nuevos volúmenes. Creo que acierta con querer ser débil frente a la potencia de las moles de piedra con el frágil hierro y el invisible vidrio para proteger lo que hay abajo. Consigue ejecutar arriba un libre patio abierto a las bondadosas presiones del marco y su infinito límite, sencillo sin adarajas y inmateriales, sin apenas protección, muy bonito, pero quizás demasiado blanco para albergar lo potente de su luz. Intenta incluso el ejercicio de recurrir a poemarios en semblanzas de palio religioso como beneficio de las sombras inexistentes al duro poniente fenicio. Pero a duras penas respeta y solo cubre, solo eso cubre, los restos pétreos del importantísimo Asclepio y los poco respetados restos de sus templos y tumbas de nobles reyes fenicios, con sufrimiento constructivos y húmedo abandono de intemperie. Lo más importante de este espacio, ahora y en el futuro son también, además de las catedrales, los restos arqueológicos. La arquitectura suele pisar sobre los valores previos y laterales y no los considera con la debida atención y respeto. Sus pies y sus aguas, al apoyarse deben seguir molestando. Veremos las lluvias y filtraciones a los medianeros. El patio debiera haber adivinado, no solo el mar, sino también la importancia de abajo, percibirlo en el mismo rango arquitectónico.

Creo que la solución de Alberto Campo, a quien mucho estimo -cuyo encargo surgió de una llamada mía a unas jornadas en Cádiz allá por 2005- era un reto a la dificultad del sitio y una invitación a sentarse junto a Acero, a Gálvez, a De la Vega o a Cayón. Un compromiso más con la propia arquitectura que con el patrimonio existente. Por eso, quizás el sobrante impostado de un fondo en piedra ostionera vista. Por eso quizás guste menos que haya algo ahí a que no lo haya. Por eso se oxidará en breve y será, espero que cuanto más tarde mejor, por su exposición y forma, mil veces pintado por la irrespetuosa incultura. Como objeto debiera haber pasado aún más desapercibido: una caja de cristal para proteger simplemente. Esperemos no verlo pronto entre rejas.

A pesar de la bondad de sus líneas -él es mago en esculpir la luz y arquitecto de finas hechuras siempre, casi gaditano-, el resultado es fruto de lo necesario más que de lo obligado. Podría haber intentado escribir un nuevo balcón colgado de la muralla para ver mejor el mar, como quería Fierro, en otro vértigo si cabe más expuesto, que tratar de ser muy protagonista sobre el patrimonio existente, y comparto que hacer algo que no moleste o no se vea es lo complejo. Un cofre para guardar restos y ver los mares en otro sitio, ha sido su intención y supongo que otros lo habrían hecho peor. Tanta casa no sería necesaria. Total, para el gaditano pasear por el Campo del Sur ya es ver el mar.

El tiempo que siempre acude, a dar los valores, a quitarlos u oxidarlos, será también testigo mudo, pero certero de su futuro. No tenemos más remedio que darle una oportunidad y si queremos después, hacerlo nuestro o rechazarlo. Ya esta hecho así, y nadie pidió permiso para que opináramos sobre lo que queríamos los gaditanos. Como muchas cosas que se hacen a dedo en nuestra amada Cádiz.

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