La ciudad y los días
Carlos Colón
Con la mentira por bandera
La decisión del Ayuntamiento de Cádiz de permitir el nudismo en todas las playas de la ciudad ha removido la zona más desagradable de nuestras vergüenzas. Porque ¿en qué parte del cuerpo humano empieza la zona de la que debemos avergonzarnos? ¿Quién y cuándo nos despiezó en cuartos, octavos y mitades y los agrupó en categorías para calificar unas y otras como nobles, innobles, delicadas o pudendas y por qué marcó para siempre nuestro pudor? Si Rigoberta Bandini preguntó por qué daban tanto miedo las tetas, ¿es pertinente interrogarse ahora sobre qué atemoriza tanto de nuestras pelotas? Para que vean: esa clasificación de lo prohibido afecta incluso al lenguaje, porque he estado tentado de escribir vergonzantemente "atributos masculinos". En cualquier caso, diría que es el cerebro de algunos el que da miedo, y por eso quizá la naturaleza misma ya se encargó de vestirlo con una opaca y dura capa de hueso.
Yo mismo, víctima o seguidor de esa secular costumbre, creo que sería incapaz de desnudarme por voluntad propia ante una multitud, y no estoy seguro de que estuviera cómodo rodeado de adanes y evas, ya me provocaran perturbación por su belleza o rechazo por su fealdad (aunque a saber qué es eso para cada uno). Pero el portavoz municipal del PP ha llegado peligrosamente más lejos al rebajar de categoría al hombre que se quita la ropa calificándolo de "tío" desnudo. Que lo textil señale la condición humana es un desvarío a mi entender, lo mismo que poner a los niños como excusa y escudo de nuestras propias convenciones sociales, cuando no de nuestras represiones.
Todo eso no exime al Ayuntamiento de tener en cuenta los sentimientos, naturales o no, de todos. El ser humano ha llegado a merecer la consideración de tal tanto gracias a sus impulsos como a las normas restrictivas que nos ponemos para hacer posible la convivencia de todos esos arrebatos individuales. Entre ellos está la convención de que la mejor manera (y la más elegante, de paso) es vestirnos para la relación en sociedad y desnudarnos para la íntima.
Por lo tanto, yo diría que lucir el ropaje en público no es represivo sino que es tener una actitud considerada con los demás, pero el desnudarse en una playa de gran mayoría no nudista tampoco puede ser considerada una falta. En todo caso, un pecadillo de presunción con un punto de soberbia.
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