El salón de los espejos
Stella Benot
La Transición andaluza
DESDE que D. Álvaro y Dª. María Luisa Aramburu Picardo hicieron efectiva la espléndida y generosa disposición testamentaria de su hermana Dª. Micaela en relación con el retrato que Ignacio Zuloaga la pintara en París en 1928 y el mismo fue colgado en una de las salas del Museo Provincial de Cádiz, lo he venido considerando como una de las "joyas" de dicha pinacoteca. No puedo cursar visita a sus dependencias sin echarle una ojeada y deleitarme con esa esbelta y airosa figura, con ese rostro juvenil tan expresivo y atractivo, con esa maravillosa mantilla, con ese incomparable azul del precioso y elegante vestido, del lazo de cabeza, de los zapatos, del collar. Cuantas más veces lo veo, más me gusta y admira, pues en la dama allí tan magníficamente pintada veo, además, la expresión del Cádiz burgués, culto y cosmopolita que en esos años veinte del siglo pasado estaba comenzando a dar sus estertores y del que nada queda. Y acabo siempre alabando el acierto de esta ilustre gaditana al permitir con su donación que todos podamos contemplarla y admirarla en esta obra de arte debida al pincel de uno de los mejores pintores españoles y agradeciéndole su gesto de cariño y aprecio a sus paisanos.
Pues bien. En el mes de febrero de este mismo año tuve la oportunidad y la grandísima suerte de visitar el Palacio de Liria, residencia madrileña de la Duquesa de Alba, abierta como museo contados días al año, y entre la inmensa cantidad de obras de arte de todo tipo que allí pueden contemplarse y admirarse, tropezaron mis ojos desde lejos con una pintura colgada en el último salón visitable, que me dejó más que sorprendido: creí ver a Micaela Aramburu pintada también por Zuloaga en la misma pose y con idéntico atuendo que en el lienzo de Cádiz, salvo que esta vez era rojo el color de su precioso vestido. Ya cerca del cuadro, descubrimos mi mujer y yo que, lógicamente, no era la gaditana la allí representada, sino Dª. María del Rosario de Silva, Madre de la Duquesa, en retrato que es pareja con otro de su esposo que se exponía al lado, pintados ambos por Zuloaga. Observamos asimismo detalles que distinguen los retratos de ambas damas. La madrileña, con sus manos elegantemente entrelazadas sobre su vestido, sujetando un abanico semiabierto y un rosario; la gaditana tiene las suyas apoyadas muy andaluzamente en su cintura. Los zapatos de la primera son negros, como la mantilla, no del mismo color que el traje como la segunda. Pero, salvando esos detalles, el parecido es asombroso: la mantilla, la peineta, la misma pose como antes señalaba y, lo que más llamó la atención a mi mujer, los vestidos, aunque de distinto color, son de la misma tela -que casi se palpa en ambos lienzos-, y la misma hechura, el mismo modelo en una palabra. Verlo para creerlo.
Se redobló en mí el entusiasmo por el óleo de nuestro Museo. Pero mira por donde se han sucedido en los meses posteriores dos aconteceres en relación con este descubrimiento.
Uno ha sido la decisión de la Duquesa, siempre tan generosa con Sevilla, de donar -o ceder, no podría ahora precisarlo- el aludido retrato de Zuloaga de su padre, con uniforme de maestrante, a la Academia sevillana de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría. En uno de sus salones lo hemos visto ya colgado y luce fantástico, pero sentí mucha pena al verle separado del sensacional de su esposa, con el que formaba tan bella pareja en Madrid. ¿A quién habría puesto la hija ahora para hacer compañía a su madre en el maravilloso salón de Liria?, me preguntaba.
Pero viene el segundo acontecer, que motiva estas líneas. Se inauguró en octubre en el Museo de Bellas Artes de Sevilla una magnífica exposición con los fondos de la Fundación Casa de Alba pertenecientes al citado Palacio de Liria y al de Dueñas de Sevilla. Y, entre los numerosos tesoros traídos de Madrid, nos topamos el día que visitamos la muestra con el cuadro de Zuloaga de Dª. María del Rosario. Ya el periodista Sr. Pérez Sauci, en uno de sus leídos "detalles" de su página semanal de los sábados en Diario de Cádiz, hizo alusión a dicha exposición y a la coincidencia a la que me estoy refiriendo. Allí pudimos admirar y deleitarnos con este cuadro, así como con el resto de las excepcionales pinturas y esculturas que se exponen, con mucha más calma y detenimiento de lo que lo hicimos en Madrid. Y volví a preguntarme: ¿se lo llevará de vuelta Dª. Cayetana a Madrid cuando la exposición finalice o se le ocurrirá felizmente dejarlo en Sevilla al lado de su esposo? Ojalá sucediera esto último, pues lo tendríamos muy cerca de Cádiz y de su otra pareja artística.
Las dos damas de Zuloaga. La de azul y la de rojo. La primera, posterior en varios años a la otra, pueden los gaditanos admirarla a su antojo en la Plaza de Mina. La segunda, en Sevilla, con un poco de apreturas y hasta enero. Pero no se la pierdan. Entre otras cosas, para saber valorar y enorgullecernos del patrimonio cultural y la riqueza artística de nuestro Cádiz.
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