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Aquellos curas que perdimos

No perdieron el tiempo. Los que se quedaron y los que se salieron, en general, han seguido siendo cristianos

No se sabe por qué, en Cádiz hablan y escriben mucho de los curas hasta los ateos. De los curas casi todo el mundo escribe mal, excepto yo, que casi siempre escribo bien. Aunque al obispo Antonio Dorado le entregaron un artículo que yo escribí en ABC, donde lo criticaba, y que se titulaba El obispo mayordomo. Lo supo encajar con deportividad, que es lo mejor para que después se escriba bien del aludido. Me ha llegado un libro de José Antonio Hernández Guerrero, titulado El regreso de los profetas, publicado por la Diputación de Cádiz, uno de los pocos organismos oficiales que todavía publican libros. Aborda un relato imaginario de lo que pasó “en los seminarios, los noviciados e incluso los conventos de clausura”, en aquellos años del Concilio Vaticano II. Según los cofrades, aquellos años en los que se dedicaron a construir templos con el requisito previo de que no pudiera salir un paso por la puerta.

Recuerda José Antonio Hernández Guerrero que de aquellos seminarios salieron unos religiosos que después se transformaron en políticos, sindicalistas, médicos, profesores universitarios o sacerdotes obreros. El propio José Antonio, al que siempre he admirado, tiene un currículum estupendo: había sido ordenado cura a sus 24 años y fue rector del Seminario durante una década. ¿Qué pasó después? Fue catedrático y vicerrector de la Universidad de Cádiz. Tiene cuatro doctorados universitarios y ha publicado unos 70 libros. También es un seguidor cadista y fue uno de los fundadores de la peña flamenca Enrique el Mellizo. Es un experto en el arte de hablar y en el arte de callar. Al salirse del sacerdocio, en 1981, se ganó un intelectual laico, aunque probablemente se perdió un obispo. También es verdad que sigue siendo un cristiano comprometido y amigo de muchos curas.

Con eso quiero señalar que aquellos curas que perdimos no perdieron el tiempo. Los que se quedaron y los que se salieron, en general, han sido cristianos. En el libro cuenta que llegaron a la conclusión de que había que acercarse a los necesitados, porque era duro predicar “a estómagos vacíos, a familias rotas, a obreros explotados, a padres de familia en paro, a jóvenes carentes de horizontes, a mujeres abandonadas o a ancianos amargados”.

Unos acabaron como políticos. Y otros siguieron como curas, admirables por ser fieles a sus ideales, como los padres José Araujo, Gabriel Delgado, José Chamizo o Juan Martín Baro, por citar algunos de los más conocidos. La semilla se siembra, pero no siempre sale el mismo fruto. No, no fue un tiempo perdido.

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