NOTAS AL MARGEN
David Fernández
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No sé construir frases rotundas. Por eso no sé afirmar si leer hace mejores o peores a las personas. Ni siquiera sé bien cómo se hace una buena persona. Menos aún un buen lector. Ojalá lo supiera y pudiera contarlo en una sola línea incontestable. Y es que un libro puede ser como un cuchillo jamonero que, lo mismo te permite herir de muerte a alguien que poder saborear uno de los mejores bocados de la vida. Un libro, como un amor, como un amigo, como un paisaje, como un clima, como un colegio, como unos padres, como un viaje, como un sueño, como una vocación, no te hace ni mejor ni peor, te hace. Te conforma.
Somos el resultado de todo lo que nos va atravesando la vida y forjando nuestro carácter. Y sí, hay amores que hacen daño y malos amigos y paisajes dolorosos y libros que no dicen nada y empobrecen. Saber distinguir a los mejores entre los que nos salen al camino de la vida es una mezcla de suerte, conocimiento y voluntad. Porque el amor se forja, los amigos se cultivan, los paisajes se hacen nuestros, a soñar se aprende y, a la lectura que nos ensancha el alma, se llega poco a poco, en una trayectoria de aciertos y errores. Uf, se me olvidaba decirlo, los errores también nos hacen.
Pensando en esto de los buenos lectores y sus lecturas, he caído en la cuenta de que El Quijote escogió por compañero de andanzas a Sancho, que no sabía leer pero que de escucharle terminó por razonar como él, copiando su dignidad y fantasías; que Don Fabrizio no lamió sus heridas del gatopardismo entre intelectuales sino cazando con el reaccionario Ciccio Tumeo y, Cristo tampoco escoge por discípulos a los sumos sacerdotes sino a pescadores dispuestos a abandonar sus barcas para seguirle.
Quiero decir que el conocimiento, el verdadero conocimiento, el de El Quijote, el del Príncipe de Salinas o el del mismísimo Cristo, no es usado para despreciar ni para crear un club selecto de sabios ni para colocarse por encima de los demás ni para dar el peñazo con discursos engreídos y epatantes. Eso es sólo erudición. El conocimiento verdadero es aquel que lejos de elevarnos, nos permite acercarnos a los demás. El que abre las puertas del corazón y del entendimiento. El que es capaz de colocarnos en la situación del otro y enseñarnos nuestra parte vulnerable. El que nos vuelve útiles. El que, en definitiva, nos hace libres porque nos permite elegir incluso a contracorriente.
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