Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Tarde de toros
LA singularidad del Carnaval de Cádiz, lo que le hace único, es la sátira que escribe y canta una ciudad sobre los hechos sucedidos en los últimos 12 meses; de febrero a febrero, todo lo vistoso queda bajo la la luz de la crítica, la exaltación y la parodia. Escribe el operario de Delphi, también el dentista, canta la profesora, el fiscal o la cajera del Mercadona. Es una narrativa popular en todo su sentido. ¿Qué es noticia? Todo aquello que es susceptible de ser cantado en los carnavales, podríamos decir.
En este contenedor de libertad suprema cabe todo, aunque admitamos que lo que se denomina el mundo del Carnaval siempre ha tenido serios problemas para encajar las críticas.
Desde hace algunos años, diríamos que desde finales de los noventa, ha ido cogiendo fuerza un tipo de comparsa que persigue la emocionalidad, mediante un coro de voces que se aceleran in crescendo -diría que casi a la velocidad de la luz- hasta llegar al instante final en el que no hay más remedio que aplaudir. ¡Oooole! ¿Y qué ha dicho? Voy a escucharlo de nuevo.
Ésa es la crítica que expresé el martes en un programa de Canal Sur Televisión, Mesa de Análisis, a la comparsa de este año de Martínez Ares. Me parece estupendo que critique a la hermandad de la Macarena por tener durante tanto tiempo la tumba de Queipo de Llano -no es el primero-, pero lo cierto es que, escuchado, no hay quien se entere de la letra del pasodoble. No es un problema de acentos, es que la competición ha derivado en un moderno concurso de gallos donde lo importante es una emocionalidad teatralizada más allá de la oralidad.
Es una crítica, no más, tampoco es para ponerse así, a ver si se puede llamar fascista a la hermandad de la Macarena, pero indignarte por algo que es obvio para muchos: que no se entienden las letras.
Aunque el carnaval no es flamenco, en Cádiz hubo vasos comunicantes y muy importantes. La tradición de los llamados cantes de Cádiz era el de unos palos que no se cantaban, casi se decían, por la claridad de la letra y lo acompasado de la voz. Escuchen a Aurelio Sellés, a Pericón de Cádiz o a Chano Lobato y lo comprenderán.
Y sí, dije que la comparsa de Ares me parece cursi, quizás me equivoqué, lo siento, pero el postureo permanente con los piratas del Caribe y Johnny Depp es de todo menos natural. Y no mosquearse, joé.
También te puede interesar
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Tarde de toros
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Ultramar
Cambio de sentido
Carmen Camacho
¿Bailas?
El pinsapar
Enrique Montiel
Muface
Lo último