Capote de grana y oro

01 de septiembre 2025 - 03:05

Andaba recordando que por San Agustín, como canturreaban mis abuelas, son campanas de agonía, las campanas de Linares, repicando noche y día bajo un cielo de alamares, cuando caí en la cuenta de que entre unos y otros, o los hunos y los otros que diría Unamuno, están empeñados en reescribir la historia. Pero no sólo los hechos que dibujaron el devenir de España, si no la más nimia cotidianeidad. Y no porque fruto de arduas investigaciones hayan descubierto hechos sorprendentes, sino por puro interés político.

Ya me asombró la legión de patriotas de pulserita y mercadillo que despotricaban de quienes, doloridos por el incendio de la Mezquita de Córdoba, la llamábamos la Mezquita. Porque según ellos si no dices Catedral eres woke porque eso fue una imposición comunista del señor Anguita. Pues volviendo a Manolete, yo he oído cantar de siempre “que le pongan crespón negro a la Mezquita” y no me imagino al niño Julito amenazando con una hoz y un martillo a los Quintero, León y Quiroga para que cambiaran el verso que abre Capote de grana y oro porque él iba a ser alcalde comunista de mayor. Supercherías. Pero si para los nostálgicos del Frente de Juventudes todo lo que exceda su limitadísimo perímetro de españolidad es antiespañol, a sus congéneres de la otra trinchera –qué pena tener que usar este término– les ocurre lo mismo. Porque lo del ministro de Cultura borrando a Ignacio Sánchez Mejías en la celebración del Centenario de la Generación del 27 no tiene nombre. O sí; censura y más fabulación histórica. Si no es por el torero que fungió de anfitrión y pagador de aquella reunión, igual nos quedamos sin una era gloriosa de nuestras letras. Y hasta de nuestra música, porque si Lorca conoció a la Argentinita con quien grabó su delicioso disco de Canciones Populares Españolas fue por Sánchez Mejías de quien la genial cantaora y bailaora era pareja. Entonces la censuraron los moralistas de beaterio por no estar casados y ahora la silencian los moralistas de la progresía por enamorarse de un torero.

Y no podemos permitirlo. Igual que los cordobeses, por raro que les parezca a algunos, llevan ocho siglos yendo a misa a la Mezquita, el toro es tan esencia de la historia de España que Picasso lo plasmó en el Guernica. Lo mismo, si se dan cuenta, lo borran. Que todo podría ser.

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