Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ussía siempre
Tras ser rechazada su propuesta de reducción de la jornada laboral, oí a la vicepresidenta Díaz quejarse de quienes se opusieron, porque la gran mayoría de los españoles está a favor de trabajar menos. Como si eres de otro país, añadiría. Lo que ansiamos unánimemente los seres humanos es disfrutar de la vida sin preocupaciones, ni madrugones, ni jefes cargantes, subordinados molestos o compañeros fastidiosos, sin sufrir agobios financieros y pudiendo hacer lo que nos venga en gana. Como dijo el gran Fernán-Gómez en frase sublime: “Yo estoy muy capacitado para no hacer nada, no soy una persona de esas que dicen que necesitan trabajar porque si no, no se realizan. Si yo hubiera sido heredero, habría estado perfectamente sin hacer nada”.
La falacia de la vicepresidenta está en concluir lo que le interesa preguntando con un vericueto estilístico y sin atacar el problema de fondo. Pregunte con claridad, fue una máxima que me enseñaron en el colegio. Y aquí, la cuestión no es lo que queremos, si no si podemos costearlo y cómo. Si somos capaces de producir más en menos tiempo; si optamos por ser eficientes y crear riqueza o simplemente nos conformamos con trabajar menos para vivir peor. Sobrevivir es muy barato. Pero no es vivir.
Si llevas a un niño a una juguetería y le dices que elija lo que quiere que le echen los Reyes, contestará indefectiblemente y con los ojos emocionados: esto, esto, esto y… todo lo demás. Pero sus padres habrán de explicarle, con tacto y cariño, que sus disponibilidades económicas son limitadas y que hay que aprender a diferenciar lo posible de lo deseable. Sobre todo para evitar frustraciones. Se trata de educar, en el caso de los hijos. Y de dirigirse a los ciudadanos con madurez, solvencia y claridad, en el de los políticos. Al hilo de este vicepresidencial trato infantil de los ciudadanos, me vino el recuerdo de esta frase de El camino de Delibes: “Algo se marchitó de repente muy dentro de su ser: quizá la fe en la perennidad de la infancia”.
No olvidemos que las meras ilusiones son muy peligrosas porque carecen de imperfecciones; hasta que las analizamos y descubrimos que nada es gratis. En fin, que como no teníamos bastante con Pinocho en La Moncloa, ahora también tenemos a Campanilla para satisfacción de los peterpanes. Acabaremos como los Niños Perdidos.
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