La aldaba
Qué clase de presidente o qué clase de persona
En medio del reñidero de gallos en que se ha convertido la actualidad, se está prestando poca atención a lo que acaba de ocurrir en Francia. Y eso es malo porque prefigura lo que nos va a ocurrir a nosotros dentro poco tiempo. ¿Y qué ha ocurrido en Francia? Pues que el primer ministro centrista –el moderado Bayrou– ha perdido una moción de confianza y ha tenido que dimitir. La derrota fue contundente: en el parlamento, Bayrou tuvo 194 votos a favor y 364 en contra. Bayrou había anunciado al país que Francia estaba viviendo una emergencia vital por culpa de una deuda pública disparatada y de un preocupante estancamiento económico, y que el Estado Social estaba en peligro si no se introducían los recortes drásticos que él proponía. Por supuesto, nadie quiso escucharle. “Ustedes pueden derrocar al gobierno, pero no pueden borrar la realidad”, dijo Bayrou al reconocer su derrota. Pero eso no parece preocupar a nadie. De hecho, borrar la realidad es lo que estamos haciendo en Europa desde hace como mínimo diez años.
Y en eso de borrar la realidad somos los españoles los mejores especialistas del mundo. Cualquiera que tenga dos dedos de frente sabe que la educación pública está sufriendo una decadencia prácticamente irreversible –hay alumnos de doce años que no saben escribir su nombre–, y cualquiera que se pase por un hospital público verá cómo se están degradando día a días las condiciones de trabajo de los sanitarios y la atención que reciben los pacientes. Por no hablar de las dificultades que tenemos para pagar las pensiones, que ahora mismo se financian –igual que en Francia– con cargo a una deuda pública que crece sin parar y que nadie sabe cómo ni cuándo vamos a poder pagar. Y peor aún, los ciudadanos tenemos la sensación de que el Estado –y sus innumerables ramificaciones administrativas– ha dejado de solventar los problemas y más bien parece empeorarlos. Basta pensar en lo que ocurrió durante la Dana de Valencia.
En la anterior crisis, la de 2008, la izquierda se apropió del descontento ciudadano, pero ahora será la derecha –y en sus versiones más rupestres– la que se va a aprovechar de la rabia y del desconcierto generalizados. Y mientras el centro moderado se hunde –igual que en Francia–, los partidos extremistas, a derecha e izquierda, escupen a diario odio y más odio. Vienen buenos tiempos.
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