En tránsito
Eduardo Jordá
Mon petit amour
POR el triunfo de la Revolución, contrastados bolcheviques se autoinculparon en los juicios de Moscú auspiciados por Stalin aun a sabiendas de que serían condenados a muerte y ejecutados. Por el triunfo de La Revolución (lo hemos sabido por boca del propio Santiago Carrillo), que era considerada entonces por los comunistas internacionalistas (y el propio Carrillo) como una especie de mística, como una "religión" que perseguía y estaba a punto de conseguir el paraíso en la tierra, la sociedad sin clases en donde no habría ni explotadores ni explotados. Todo tenía el beneplácito tácito, todo se hacía en el entendimiento de que la marcha de la Humanidad hacía la gran meta comunista sería imparable. Para tal fin, cualquier obstáculo debía ser derribado. Con un piolet, un paredón de fusilamiento, la horca o la deportación a la gélida Siberia. O al gulag. La guerra revolucionaria. La Mentira como arma política.
Este redescubrimiento de verdades incómodas (sobre todo cuando se establecen en el marco de discusión de procesos políticos revolucionarios, especialmente iberoamericanos), referido en el largo diálogo ofrecido por TVE a Santiago Carrillo, se produjo casi simultáneamente a una declaración del presidente del PNV, Urkullu, quien afirmaba que los grandes partidos (PSOE y PP) pretendían "diluir" el nacionalismo "con el beneplácito del Rey".
Beneplácito significa aprobación, acuerdo... O sea, el Rey se ha "citado" en secreto con Rajoy y Rodríguez Zapatero, seguramente en alguna finca ignota lejos de la mirada de todos, y allí ha dado su bendición a la conspiración: la "dilución" del nacionalismo. En el imaginario nacionalista, al parecer, la figura de Don Juan Carlos, que durante décadas ha mostrado un escrupuloso papel moderador y una ejecutoria constitucional impecable, se pinta con tintes tenebrosos, como la figura poderosa sin cuyo beneplácito nada se hace y con cuyo beneplácito se hace todo. Hasta la "dilución" del nacionalismo en las urnas de España.
Ni Rajoy, ni Rodríguez Zapatero han dicho una palabra a las de Urkullu. Vamos, ni el gesto de ponerse el dedo en la sien y darle vueltas. El Rey, por supuesto, no habla. No suele hacerlo. Ni debe hacerlo. Así que su beneplácito es sufrir en silencio, sin nadie que lo defienda, esta nueva afrenta que alguien le hace. Atención que puede que en breve empiece de nuevo el pin pan pun fuego contra El Rey, y contra los "lerdos" que lo defendemos. PSOE y PP son la mayoría inmensa de la Nación española. Digo yo, ¿por qué no se ponen de acuerdo en más cosas que en Patxi López? ¿Por qué no piensan que, por ejemplo El Rey, es la inmensa mayoría de los españoles y que, por tanto, ni tocarlo? O en esto de la crisis...
Esto sí que tendría el beneplácito de los españoles…
También te puede interesar
En tránsito
Eduardo Jordá
Mon petit amour
Crónica personal
Pilar Cernuda
Izquierda y derecha
Confabulario
Manuel Gregorio González
El Ecce Homo
La colmena
Magdalena Trillo
El otro despilfarro
Lo último