Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
EN esta vida nuestra muy pocas veces tiene uno lo que quiere. Por querer, yo quiero muy poco las banderas, me dan bastante igual. Sucede con ellas como con los fanatismos religiosos, que seguramente podríamos vivir sin su existencia maravillosamente bien y considerablemente mejor. Ni me gustan las banderas ni me han gustado nunca, y aquí lo fácil es remitirse a Rick Blaine y a su ciudadanía del mundo -"de nacionalidad, borracho"-, pero luego lo cierto es que hasta el mismísimo Humphrey, al final de Casablanca, recuerda que su compromiso ideológico también es una identidad; incluso al principio de la cinta, cuando recomienda al comandante Strasser que no se atreva a entrar al mando de las tropas alemanas en ciertos barrios de Nueva York, porque saldrá escaldado, lo hace con orgullo no sólo ciudadano, no sólo suburbial curtido en Hell's Kitchen, sino también de norteamericano que no imagina Manhattan tomado por los nazis.
Ahora, gracias a esa cosa atávica y vibrante que es el fútbol, España recupera su bandera. Si a uno no le gustan las banderas ya por definición, y por melancolía constitucional con el país que pudo ser prefiere la bandera tricolor, toda esta invasión tan roja y gualda puede parecer muy extensiva. (De nuevo, casi nadie tiene lo que quiere: los hay que sí les gustan las banderas, y no se reconocen en la nuestra, que es la que ahora cuelga de un sinfín de balcones españoles). Si la bandera tricolor era la de Antonio Machado, la de Miguel Hernández y la de Federico García Lorca, la de Fernando de los Ríos y Manuel Azaña, entonces esa bandera es un poco la mía también, aunque sólo sea por un romanticismo del pasado imposible. Pero bandera constitucional, hoy en España, hay solamente una, pero legal, ganada, nuestra: y no de 1931, sino del 78.
En los últimos años, los únicos que han sacado a la calle la bandera de España han sido los militantes del Partido Popular. Es un derecho de ellos porque la bandera también les pertenece, pero sobre todo un demérito de la izquierda haber dejado atrás un emblema constitucional por el que mucha gente de bien ha muerto en las cárceles en la noche más dura del franquismo. No me gustan las banderas, pero esa bandera es nuestra: es la bandera de todos, de la democracia y de la libertad, y ya va siendo hora de que la propia izquierda, cuando salga a la calle, vaya recuperando una bandera que estos años ha ido abandonando en las manos de otros. Quizá hay que agradecerle al fútbol, y a este maravilloso grupo de jugadores, haber resuelto con naturalidad un conflicto histórico en España. Que España mañana será republicana no parece difícil legalmente, pero esta bandera nuestra, que quizá nació imperfecta, sí, como nosotros, es rotundamente democrática.
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