La autoridad del maestro

17 de septiembre 2009 - 01:00

LA máxima autoridad institucional, y probablemente moral, del Estado, llamó ayer a restaurar otra autoridad, la del maestro, cuyo deterioro corre parejo al del sistema educativo en general. Más aún, no hay arreglo posible de los problemas de la enseñanza si el profesorado no siente reconocida social e institucionalmente la importancia de su labor. Éste es el auténtico punto de partida, y no regalar ordenadores a los alumnos.

Como cada inicio de curso, vuelve a plantearse la necesidad de reimplantar en las aulas la disciplina como marco de convivencia y el esfuerzo como principio inesquivable del aprendizaje. Ambos son valores que cotizan a la baja en la sociedad que estamos construyendo, y su carencia estalla en forma de conflicto en los cursos superiores de la Enseñanza Obligatoria, allí donde se juntan las edades más difíciles de la adolescencia y la estabulación de esa minoría de estudiantes que no quieren estudiar... ni dejan que sus compañeros lo hagan con sosiego y normalidad.

La presencia de alumnos revoltosos o gamberros no es de ahora, claro está. Siempre los ha habido. Lo que ha cambiado con respecto a épocas pasadas es el contexto. Tengo dudas de que el profesorado en su conjunto presente hoy el mismo grado de vocación y entrega que sus predecesores. No las tengo, por el contrario, de que padres y autoridades no son sus mejores aliados en la difícil tarea de enseñar al que no sabe y educar al que necesita ser educado.

Los españoles de cierta edad recordarán el temor justificado con que se vivía el momento en que el maestro te advertía, tras alguna trastada o desaplicación, de que iba a llamar a tus padres. Justificado, digo, porque los padres, sistemáticamente, tendían a darle la razón al educador y agregar un castigo suplementario a la sanción disciplinaria del colegio. Hoy es el profesor el que se echa a temblar cuando el estudiante díscolo, perturbador o haragán le amenaza con contarle a sus padres que le han reñido o castigado. El profesor sabe que lo más probable es que los padres se pongan del lado del niño, o niñato, y le amenacen o agredan. En cuanto a las autoridades educativas, tampoco respaldan como deben al profesor en dificultades. La famosa ley del péndulo les hace confundir la autoridad del enseñante con el autoritarismo franquista de palmetazo y tentetieso, el empacho de igualitarismo les lleva a borrar la jerarquía docente/discente y la doble patología del juvenilismo y el colegueo les impulsa a indigestar al alumnado con un abrumador código de conducta de derechos sin deberes.

Se habla de declarar autoridad al profesor. Está bien, a efectos penales, para los casos extremos de violencia. Pero la indisciplina generalizada requiere un tratamiento social y político más profundo.

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