Su propio afán

Enrique García-Máiquez

Un asco equitativo

14 de septiembre 2025 - 03:06

Eduardo Garzón es el hermano de uno que –aunque sudó poco la camiseta de ministro– posaba con una sudadera de la DDR (República Democrática Alemana, la comunista). La sangre es más espesa que el agua, y Eduardo Garzón, en consonancia con la nostalgia familiar, ha arremetido contra la periodista Estefanía Molina porque critica a las dictaduras comunistas. Ha invitado –con gesto feo, pero coherente– a su depuración: “¿Me explica alguien cómo puede estar esta persona de columnista en El País y ser analista de la Cadena SER diciendo este tipo de cosas?”

¿Qué tipo de cosas? Esto: “Fuera de España el comunismo es recordado como un auténtico horror. Es una dictadura totalitaria como cualquier otra: dice hablar en nombre del ‘pueblo’ para justificar sus privilegios y represión. En Europa del Este huyen como la peste. Por algo será”. Estefanía Molina es, por cierto, una de las analistas más finas que tiene la izquierda española.

Y, en este caso, también acierta. No se trata de un tonto rifirrafe en la orilla izquierda, sino de un tema crucial para la izquierda; y para la derecha y, si cabe, todavía más para el centro. Lo de España con el comunismo es una anomalía histórica, política y, fundamentalmente, moral.

Hasta mi hijo de 14 años se dio cuenta de la distorsión. Me acompañó a una conferencia y allí el ponente, muy de orden, nos instó a que siempre había que sacar lo bueno de todo el mundo: de la ideología woke, su preocupación por la mujer; del comunismo, su amor a la justicia social; del nazismo… oh, no, del nazismo, nada de nada. Mi hijo alucinó: o nada de nadie o algo de todos, ¿no? Qué incoherencia. El emperador iba desnudo, señalaba el niño. El comunismo ha causado más de cien millones de muertos. Y andamos con las camisetitas, con las buenas intencioncitas y con las purguitas. El nazismo provocó 25 millones de muertos y produce un rechazo visceral en todo el arco ideológico, como es natural. Al comunismo bastaría aplicarle el mismo asco. No hace falta más.

Mientras apliquemos distintas varas de medir a las dictaduras socialistas de derecha y a las de izquierda, tendremos un marco distorsionado, un tablero inclinado, una moral hemipléjica y un debate estéril. Estefanía Molina lo sabe y Eduardo Garzón… también. Aquel conferenciante y tantos moderados de centro, no.

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