Desde mi cierro

Pedro G. / Tuero

Los angulones

14 de septiembre 2015 - 01:00

Fue la otra mañana cuando, allí esperando en la oficina de correos de esta paciente Chiclana, me puse a leer el Diario y a pensar en este artículo que mi fiel lector tiene delante. Me hubiese dado tiempo también de releer "El Quijote" y hasta me hubiera sobrado alguna hora. Y digo esto porque, entre tanto que leí, fue la noticia sobre los angulones la que más me llamó la atención. Pues se decía con algo de bombo y platillo que La Junta liberaba ejemplares juveniles de anguila (unos 60 kilos) en diversos puntos del cauce del río Iro para ampliar el hábitat de la especie e incrementar así sus poblaciones. Información muy curiosa que me hizo cavilar.

Luego, muchísimo más tarde, a la vuelta, y cruzando por el "puente chico" me entretuve en mirar en el río por si acaso algo veía. Por supuesto que a esos noticiosos angulones, no al jefe local de correos. Pero las aguas -por llamarlas de alguna manera- de esta cochambre de río no me los dejaron ver.

Llegado, por fin, a casa, me ocupé de informarme qué era eso de los angulones. Y mi mayor sorpresa entre varias fue enterarme de que estos bichos tienen una historia trascendente. Ya el gran Aristóteles era conocedor de esta resbaladiza especie, pues creía que estos peces surgían de las entrañas de la Tierra al observar que las anguilas (cuando el ejemplar es adulto) podían enterrarse en el fango, a la espera de precipitaciones, y salir de él cuando las lluvias regresaban. Este fenómeno es lo que indujo al sabio griego a creer en un origen telúrico de este pez. Y a mí, que no soy ni sabio ni griego, me llevó a pensar -no sé por qué- en los "eres" escondidos de esta Andalucía cuentista y desmemoriada. Además de la extrañeza, también, que me causó su metamorfosis, pues las angulas (el único alevín permitido por las leyes de la pesca) todas son hembras, y con el tiempo, cuando su población aumenta, cambian de sexo. El angulón, por tanto, no es otra cosa sino una anguila engordada. Siendo todo esto un misterio de la Ciencia, aún en el siglo XXI, pues se desconoce cómo se reproducen y dónde lo hacen. Una especie extraña y escurridiza que va desde la lujosa y encarecida angula, pasando por el angulón en boga, hasta la popular anguila. Otra cosa es cuando en nuestro entorno escuchamos nombrarla como "anguilla", pueblo sabio que utiliza el latín como Dios manda.

Aunque, lo más llamativo de todo esto, son las palabras del concejal de turno que, al hablar de esta iniciativa, nos alude a un río más saludable, más sostenible y más rico. Algo que también me recordó a nuestro insigne Garcilaso cuando en su primera Égloga idealizaba el río Tajo como Páez al Iro; aquellas garcilasianas corrientes aguas, puras, cristalinas y esos árboles que se miraban en ellas.

Pero bueno, dejémonos de angulones o pamplinas y haber si, alguna vez, esta ciudad disfruta de una digna oficina de correos como se merece. Aunque ahí no hay negocio. Claro.

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