La aldaba
Qué clase de presidente o qué clase de persona
Hace como treinta años, el suceso musical de la temporada fue la gira titulada “el gusto es nuestro”, espectáculo a cuatro manos protagonizado por los cantantes Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel, Ana Belén y Miguel Ríos, cuya estética rockera rompía la armonía un tanto petulante de los anteriores. Son los mismos que esta semana han encabezado un manifiesto, junto al insufrible Almodóvar y otros, apoyando a este Gobierno en apuros. Llamó mucho la atención entonces que a aquella exitosa gira noventera no se sumara Joaquín Sabina, otro de la cuerda, que pretextó la suya propia junto a Los Rodríguez de Andrés Calamaro. Curiosamente, no hay rastro del uno ni del otro en el panfleto pro Sánchez.
Cada uno es libre de decir lo que le dé la gana, faltaría más, pero sorprende no sólo la liviandad con la que el texto pasa por esta retahíla de corrupciones sin fin, sino la omisión de cuestiones en otro tiempo tan importantes para la izquierda como la dignidad de la mujer o la solidaridad entre españoles. Por no hablar de su sectarismo político, como si hubiera sido escrito al dictado de cualquier Bolaños de turno. El problema de esta España no es la deslegitimación del poder conferido por el Parlamento que se pretende denunciar, sino el ejercicio amoral del mismo, sin consensos, sin presupuestos, ejercido a contracorriente por quien solo busca retenerlo a cualquier precio. Así, lo que en verdad se deslegitima no es el poder, sino la posibilidad de ejercer la oposición, socavando sin disimulo ese pilar de la democracia que es la alternancia política.
Pero si de la gran mayoría de los abajofirmantes no espera uno gran cosa, triste ha sido ver entre la retahíla de nombres el de Joan Manuel Serrat, al que siempre tuvimos por un hombre sensato y ecuánime, alejado de la olla del poder. Una lástima verlo detrás de esa crítica, tan cerril como injusta, a los medios y a los jueces (la de la Iglesia casi hay que darla como inevitable), quien mejor que nadie cantó a nuestras cosas más cotidianas, y que, por eso mismo, es acogido allá por donde va con el mayor de los cariños. Un cariño que, por cierto, a menudo le es profesado por personas que votarán, seguro, a quienes él y sus amigos han señalado como los enemigos del progreso, pero que, aun así, todavía siguen teniendo la santa paciencia de escuchar sus canciones.
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