Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
Su propio afán
Ya que no puedo ser aséptico, seré transparente. Confieso que me he reído por lo bajo -y lo he escrito aquí- de las grandes dificultades que iba a encontrar Podemos para poder hacerse con una estructura local y regional de una mínima eficacia, coherencia y credibilidad. Eso, y los pactos que vendrán y la corrupción que ya vino y el momento de la gestión, todo eso, sostengo yo que son motivos de peso para perder ese miedo cerval que algunos le tienen a Pablo Iglesias. Y ahora, con el ejemplo de Grecia, mientras los pesimistas redoblan sus temblores, yo, optimista a machamartillo, me reafirmo en mi seguridad: tenemos un año para observar en barba ajena adónde lleva el populismo; y Merkel y Rajoy se van a empeñar en que lo veamos.
Pero pierdo el hilo. Venía por lo de mi transparencia. Esa dificultad de crear una estructura local (que en el caso de Podemos, por tratarse de una ideología letal, me regocija) me entristece y preocupa, sin embargo, en el caso de Ciudadanos, que considero una esperanza (pequeña, pero esperanza) para España.
Ciudadanos está sorteando esa dificultad aliándose a grupos y partidos locales de toda laya y condición. Lo había denunciado UPyD, pero yo me lo tomé como otro rifirrafe de patio de vecinos, sin más. Hasta que el ejemplo ha llegado a mi patio de vecinos, esto es, a mi pueblo. Ciudadanos se ha unido a los restos de Independientes Portuenses, el partido de Hernán Díaz, liderado por Silvia Gómez. Silvia Gómez es una política aseada (literalmente: da la sensación de recién salida de la ducha), muy sonriente y simpática (de lejos, al menos, que de cerca no sé, pues nunca hablé con ella). El partido de Hernán tuvo su momento, e hizo cosas, al principio. Luego, fue hundiéndose en todos los charcos y algunos eran hondos y hasta el fondo y a veces en los juzgados.
Así las cosas, tengo serias dudas sobre si a Ciudadanos le compensa la fusión. Por supuesto, veo lo que suma: estructura local, afiliados activos, conocimiento del terreno, una voz en el Ayuntamiento y un rostro -aseado, sonriente, simpático- conocido. Pero también veo lo que asume: un rastro de sospechas y una ristra de dudas sobre la gestión y hasta sobre la honradez total. Albert Rivera es un político muy bien valorado, merecidamente en mi opinión. En lo mediático es, según los expertos, una gran marca. ¿Pero será capaz de soportar tantas pequeñas marcas o muescas en su imagen?
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