Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Salomón en La Habana

DESDE el entusiasmo indescriptible hasta la profunda irritación, el acuerdo entre Estados Unidos y Cuba ha sido recibido con el más completo catálogo de posturas posibles. Yo estoy a la mitad, que es algo -ser un mesurado centrista- que no me sucede a menudo.

En lo político y no digamos en lo periodístico, un acuerdo, tras medio siglo de desencuentros, es un notición. Pero comprendo las serias dudas que se levantan en lo material o sustantivo. El acuerdo no supone ningún avance real de Cuba hacia la democracia ni en las libertades individuales ni en la liberalización de su economía ni, tan siquiera, en la liberación de los presos políticos o en derechos humanos y garantías jurídicas. Los Castro han ganado la partida como dos viejitos de esos que juegan dominó en el Café Versailles de la calle 8 de Miami. No le falta razón a Maduro cuando echa las campanas al vuelo.

Obama tiene que hacer frente a esta crítica de fondo, acrecentada por sus circunstancias. Primero, por la natural decepción de los anticastristas, que ya se veían, muerte del dictador mediante, como vencedores finales. Segundo, por la enorme inercia de la historia: cambiar cincuenta años de política monolítica del país más poderoso del mundo sin haber conseguido ninguna ventaja palpable supone un varapalo al orgullo nacional de Estados Unidos. Y tercero, por las propias libertades democráticas, que hacen que esas debilidades de la postura del presidente se analicen y magnifiquen por la oposición, en los medios y ante la opinión pública. Crece la sensación de la falta de firmeza de Obama. Su discurso en plan "Soy de La Habana, chico", suena como JFK en la puerta de Brandenburgo cuando dijo: "Yo soy berlinés".

¿Dónde está, pues, lo intermedio de mi postura? Está en Salomón y en su famoso juicio. Como recuerdan, el rey propuso a las dos presuntas madres partir el niño por la mitad. La verdadera se arrojó al suelo pidiendo que se lo diesen a la otra, y le salvasen la vida. La postura de Obama se parece a la de esa madre: da el niño a los Castro, sí, pero él tiene al Estado de Derecho y a la eficiencia económica de su lado. Aquel a quien la realidad respalda puede permitirse ser blando y ceder. Abrir una mínima rendija en el anquilosado edificio castrista, que se sostiene por pura inmovilidad momificada, basta. Supone insuflar un aliento de vida a la esperanza de libertad los cubanos. Crecerá, imparable.

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