últimamente mi hija o se ríe de mi preocupación constante por escribir este artículo diario o se apiada de mí. Ni que decir tiene que lo que más me gusta es cuando hace las dos cosas a la vez, fundidas burla y lástima. Hoy me ha dicho que me lo iba a escribir. "Ah, venga", la animo. Empieza a dictarme levantando el índice y ahuecando la voz. ¿La ahuecaré yo también en mis artículos? Dice: "Queridos lectores, a los Reyes Magos hay que dejarles un zapato, bien limpio, y algo de comida, de comida saludable..."

Donde menos se espera salta la liebre, o el topo, el topo del tópico. Ay, mi hija hablando de ofrecer comida saludable, en vez de suntuosa, a los Reyes Magos. Está claro que el espíritu de nuestro tiempo se cuela como el humo por todas las rendijas. Pero con los hijos siempre vemos el lado bueno y quedo muy satisfecho de que no haya hablado de la presunta necesidad de portarse bien para que los Reyes nos traigan muchos regalos. Estoy solo, contra mundum, en esto: no me gusta esa especie de chantaje ético conductual al que sometemos a nuestros hijos durante todas las navidades, como si los Reyes fueran los auxiliares de una guardería. Son soberanos y hacen sus regalos porque les da la gana, porque es Navidad.

Educar a nuestras criaturas en una concepción utilitarista de la ética es un error garrafal. No hay que portarse bien porque nos vaya a ir mejor, ni de niños ni de mayores, ni porque nos vayan a hacer regalitos. Los regalos ya son el bien, la verdad y la bondad, con independencia de sus consecuencias materiales. El que se porta bien por interés se topará, más pronto que tarde, con una ocasión en que lo rentable sea portarse mal, y entonces ¿qué? Mis hijos se tienen que portar bien o porque es bueno hacerlo (autoridad de la razón) o porque lo digo yo (razón de la autoridad), que lo digo porque es bueno, pero sin prolijas explicaciones. Chivarme a los Reyes Magos de sus travesuras es convertir a sus Majestades de Oriente en primos de Zumosol.

Los demás les reconvienen, mientras tanto, con el carbón y con que los Reyes lo ven todo. Por suerte, eso impresiona mucho menos a los niños que a mí, que me encoge el corazón. Los que no creemos que los Reyes Magos sean unos justicieros somos cuatro gatos -Melchor, Gaspar, Baltasar y yo-, pero mañana por la mañana, cuando abramos la puerta, y reciba mucho más de lo que merezco, veré, un año más, confirmada mi tesis.

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