Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

No conozco sentimiento que encierre tanta ambivalencia. Ni siquiera el Diccionario, guía que se tiene por exacta de lo que las palabras significan y quieren expresar, se atreve a emitir un juicio tajante sobre su maldad o bondad. "Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia -nos dice en su vigesimotercera edición de 2014- que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas". Y aunque en actualizaciones posteriores la definición se ha ido segmentando y perfeccionando, permanece una evidente y dispar valoración derivada de sus diversas acepciones. Ofrecen éstas, como pueden comprobar, un no pero sí, una actitud cuyo dictamen moral se remite a los méritos de quien la manifiesta. Tampoco los pensadores escapan de esa incertidumbre. San Agustín, por ejemplo, llegó a afirmar que el orgullo es la fuente de todos los vicios. En cambio para Hegel, hombre vanidoso y complejo, supone la independencia suprema de la conciencia. Wilde, retratista de almas, subrayaba su función consoladora de la estupidez humana. No faltan, incluso, testimonios sutiles, avisadores de que su forma más refinada consiste justamente en no sentirlo.

Tal ambigüedad aparece también con gran frecuencia en la vida diaria: condenamos sin ambages que a alguien lo pierda su orgullo, aunque reprochamos, al tiempo, que se hiera el nuestro o el de los demás. Orgulloso es un adjetivo que insulta o elogia, según las circunstancias. Cuando se refiere a ciertos valores (las ideas, la patria, el origen) casi nadie duda -o dudaba, que vivimos tiempos extraños en los que la iconoclasia no conoce límites- de su excelencia. En cambio, si lo que califica son conductas, suele emplearse en sentido peyorativo, acercándolo a la soberbia, un sentimiento distinto y unívoco que, a diferencia del que nos ocupa, siempre necesita de víctimas y espectadores.

De cuanto precede, quizá lo que más me interese sea precisar dónde coloca cada sociedad el límite, lo que equivale a escrutar su concepto de nobleza y de virtud. Así, observando de qué podemos mostrarlo pacíficamente, sin temor al repudio de la mayoría, averiguaremos bastante acerca del ideal ético común. Reflexione el lector, pues, sobre cuáles son los orgullos hoy respetados. Acaso no exista mejor método para decidir si en verdad nos convence y complace este mundo nuestro de las verdades relativas, de la supuesta tolerancia y de sus otras mil proclamadas e hipotéticas conquistas.

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