Tribuna

José Antonio Hernández Guerrero

Mariana Cornejo, la voz marinera

El permanente desfile de dolidos amigos por el tanatorio, durante el día de ayer, constituye la expresión del cariño, de la emoción y de la gratitud con los que sus paisanos reconocemos la calidad artística y la calidad humana de Mariana, una mujer sencilla entregada sin condiciones a su familia, a su cante y a su Cádiz. A través de numerosos recitales los aficionados flamencos hemos recorrido esa ruta cantaora que nace en el fondo de las entrañas de este rincón marinero y hemos podido apreciar la dulzura, el salero y la ternura, esos los rasgos que, determinados por la situación geográfica y por nuestras condiciones sociales definen nuestra peculiar manera de afrontar las alegrías, el dolor y las penas. Con su lujoso cante, Mariana ha puesto de manifiesto que ella era el resumen antológico de los cantes de Cádiz, la heredera de una dilatada tradición de cantaores y de cantaoras artistas que, con respeto y con agradecimiento, han sabido revitalizar y recrear de manera personal nuestro rico legado histórico y cultural. Y es que, en su garganta, las bulerías, las alegrías, las soleares o los tientos evidenciaban su enorme poder de evocación, rememoraban la plenitud redonda de La Niña de los Peines y la clara transparencia de La Perla, y, al mismo tiempo, mostraban su enorme riqueza fecundadora y su extraordinaria capacidad de creación.

Recordamos cómo sus bulerías creaban un intenso ambiente de comunicación festiva y cómo el público se sentía partícipe en una celebración auténticamente comunitaria. Mariana, con su fuerza expresiva y con su intensidad comunicativa, con un cante de cuerpo y de espíritu, de sentido y de emoción, daba pruebas de su dominio de la voz y, sobre todo, de su capacidad transmisora. Si los cantes de otros cantaores nos hacen llorar y nos transmiten tristeza, los de ella, por el contrario, nos contagiaban alegría y nos provocaban la risa. El cante de Mariana nos invitaba al disfrute, divertía nuestro espíritu y recreaba nuestros sentidos porque poseían -ya lo hemos dicho en alguna otra ocasión- una voz auténticamente flamenca. Si afirmamos que la voz de Fernanda era de "tierra", la de Bernarda de "fuego" y la de la Paquera de "carne", tendremos que admitir que la de Mariana, plena de temblor, de eco y de vibración, con capacidad para adaptarse a todos los cantes, era de "agua": su cante -transparente, fluido, claro y limpio- sonaba como la lluvia, como la fuente, como el río y, sobre todo, como el mar de Cádiz.

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